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sábado, 17 de noviembre de 2012

Todos somos imbéciles


Atribuyen a Einstein una frase que dice algo así: “Lo único infinito que conozco es el universo y la estupidez humana, y de lo primero no estoy muy seguro”. Dejo para los entendidos la parte cósmica de la frase, a mi el simple hecho de alzar la barbilla una noche de cielo abierto me aplana el pensamiento, como si una hormiga se interrogase sobre que hace esa pata de elefante dirigiéndose hacia su cuerpecillo. Y me centro en la parte mundana para comprobar que, también esta vez, el hombrecillo del pelo alborotado tiene razón. Para ello no hay más que ponerse las gafas de lejos, mirar hacia atrás, observar la historia, incluso vagamente, sin profundizar demasiado, y después cambiar a las binoculares de cerca. En ese momento, si es que sabes ver, pues las gafas no garantizan la mirada, sufrirás una extraña sensación, algo así como: “¡coño, las lentes son idénticas!”. Tranquilo, no es más que un efecto óptico. En realidad lo que no ha cambiado es lo que veías de lejos y lo que ahora ves de cerca, el presente. Como si de un puzle circular se tratara, el hombre hace y deshace, avanza y retrocede una y otra vez en lo que a su humanidad se refiere.  Hablamos de futuro, de mejoras, etc., sólo para referirnos a las herramientas (ciencia, tecnología, lengua…) de las que disponemos para construir o cambiar cosas de nuestro mundo. Pero, ¿que ocurre con nosotros?, refiriendo este nosotros a un plano que nos identifica como persona, ¿hemos avanzado?, ¿de veras?. Pongo un ejemplo basado en algo que leí hace años: “Si alguien inventará la maquina del tiempo, podría viajar al pasado, hasta los principios de la primeras sociedades y raptar, para traerse consigo al presente, a uno de sus miembros. Una vez aquí, podría sentarlo en el sofá, conectar la televisión, sintonizar una telenovela, y dejarlo frente a ella. Qué duda cabe, el pobre sufriría un shock tremendo. Pero no tanto por lo que dentro de esa cajita está pasando, como por el hecho de que haya gente viviendo, con sus casas, paisajes, ropas… dentro de ella. Vamos, que la tecnología le dejaría K.O. Pero este es sólo un efecto transitorio. Probablemente, unas semanas después, una vez admitido el hecho tecnológico, quedaría prendado con la historia que allí ve. Porque traducidos los matices, existentes entre distintas sociedades coetáneas o no, el comportamiento y la forma de pensar que traslucen los enanitos que viven en la cajita mágica, dista, cierto es, pero muy poco, del ser que los observa anonadado al otro lado del cristal.  Esa es la gran deuda que arrastra desde tiempos inmemoriales la sociedad, y quiero recalcar que hablo de sociedad y no de personas individuales, ya que a lo largo de nuestra existencia como especie, han ido apareciendo cada cierto tiempo, allí y aquí, con más o menos repercusión, una serie de personajes extraordinarios que han sabido mostrar el principio de un camino que ellos ya habían comenzado. Desgraciadamente, lejos de aprovechar sus descubrimientos, sus mensajes han sido torticeramente manipulados hasta la extenuación en la búsqueda de un poder baldío, que se escurre como la niebla entre los dedos. Esa es la mala noticia. La buena es que esos seres no son, en esencia, distintos a los demás. Parto de la teoría de que, enfermos mentales al margen, todos tenemos lo mejor y lo peor dentro de nosotros mismos. Depende de los diferentes elementos que nos rodean, pero sobre todo de nuestra responsabilidad, el desarrollo de las semillas de bondad o maldad, o más de una que de otra. 
Como sociedad la receta sería la misma. ¿Os habéis percatado de que cuando hablamos de nuestra especie lo que más resaltamos es que somos seres inteligentes?. No es que sea falsa tal afirmación, pero está incompleta. Hasta donde puedo entender, vivimos en una realidad que basa toda su existencia en el principio de dualidad. Todos los elementos perceptibles e intangibles que componen nuestro universo (¡vaya!, al final hemos vuelto al principio) son duales. No hay luz sin oscuridad; ni frio sin calor; ni seco sin húmedo, por ejemplo. Luego entonces, aplicando esa inteligencia que nos encanta destacar, ¿no es lógico pensar que somos seres inteligentes pero también imbéciles?. Y la idiotez no es una etiqueta para unos cuantos, es un traje que todos portamos, con más o menos estilo, con mejor o peor calidad, más grande o más pequeño, pero todos absolutamente todos somos, aunque sea sólo un poquito, imbéciles. Por eso Einstein, que era un tío muy listo, se percató de su propia estupidez. Todo esto lo pienso hoy, pero quizás mañana cambie de opinión.

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