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viernes, 28 de junio de 2013

Noches húmedas, días grises



Entre ayer y hoy han ocurrido en Madrid dos hechos que en principio nada tienen que ver y que sin embargo muestran dos formas muy distintas de encarar los problemas: el concierto de Bon Jovi y la “subasta” de la sanidad madrileña.

Vaya por delante que la música del “señor Jovi” no es santo de mi devoción. Me divierten algunas de sus canciones de los primeros discos, pero lo que llegó después no me interesa demasiado, cuestión de gustos. Pero lo que quiero destacar es el detalle de regalar un concierto en el que iban a llevarse lo comido por lo servido, es decir, ni un duro. Y todo porque decidieron poner las entradas a precios populares por aquello de que el bolsillo español suena últimamente con mucho eco. Es probable que la banda estadounidense pensara que ahora era el momento de devolver algo de lo que había recibido. En España venden bien y sus conciertos suelen ser rentables, así que ¿por qué no tener un gesto con aquellos con los que me he enriquecido?.  El gesto les honra, y el trabajo, más de dos horas y media dando todo lo que pueden dar, más aún.

El espectáculo fue entretenido y el ambiente muy húmedo, y no precisamente por la cercanía del Manzanares, sino porque el ochenta por ciento del público eran chicas. Las cosas como son, no tengo nada que reprocharles, el tío es guapetón y para la edad que gasta se conserva muy bien. Un poco más y me gusta hasta a mí.

Pero la fresca noche en el Vicente Calderón pasó y tras ella llegó un nuevo día. Y con éste nos hemos levantado con la noticia del reparto del pastel sanitario madrileño. Entre los premiados podemos felicitar a la constructora, (sí, ha oído usted bien, he dicho constructora) OHL, dueña del grupo Ingesan, También hay que dar la enhorabuena a El Corte Inglés, dueña de Lecisa. Y junto a ellos, premio también para Sanitas y el grupo portorriqueño HIMA San Pablo, quien por cierto ya ha anunciado su intención de hacer negocio con el llamado turismo sanitario.

Mientras unos intentan echar una mano como buenamente saben, pueden o quieren, ante la devastación de la crisis, otros se empeñan en apretar mucho más fuerte el cuello de los ciudadanos, y no desaprovechan la ocasión para hacer negocio con el mal ajeno. Estas empresas quieren lucrarse y para ello tratarán de bajar al mínimo los costes y de conseguir el máximo beneficio. Es el A B C del capitalismo. Pero esta “lógica” del capital aplicada a la sanidad es la precuela de “Muerto por pobre”, próximamente en las mejores salas…de espera.

Además, no existe un beneficio común que excuse esta medida. El supuesto ahorro en el que se apoya la Comunidad de Madrid para perpetrar semejante burrada, es sencilla y llanamente MENTIRA. Examinemos las cuentas de los servicios ya privatizados en los nuevos hospitales y comparémoslos con lo que habría costado siendo estos públicos. El ahorro es NEGATIVO, osease, que sale más caro.

En todos los partidos cuecen habas, eso está claro, pero la desvergüenza, caradura, y sobre todo falta de humanidad que está demostrando el PP, sobrepasa mis peores expectativas, las que pronostiqué cuando Zapatero tuvo la “gentileza” de pasarse al lado oscuro, logrando con ello que los tripulantes de la Estrella de la Muerte se acomodarán en Moncloa. Sé que es una metáfora muy Friki, pero no me negará que lo de la Estrella de la Muerte viene como anillo al dedo.

Las cosas se han puesto muy feas gracias a los dirigentes que nosotros hemos puesto a dirigir, no olvidemos esto. Y un buen comienzo para rehacer lo que estos inconscientes están haciendo, puede ser despedirlos con una buena patada en eso que algunos llaman salvada sea la parte, y que yo llamo culo. Me consta que no es la solución, pero sí el comienzo de ésta. Cuando hacemos una obra hay que tirar tabiques y sacar los escombros antes de comenzar a construir. Pues eso, hay muchos sacos de escombros que sacar y se necesitan hombros para cargarlos. ¿Qué tal andas de la espalda?.

miércoles, 26 de junio de 2013

Carta abierta para Mariano



Señor Presidente:

Ante todo, y para que no se me asuste, quiero dejarle claro que, al contrario que millones de españoles, yo no le odio. Ni siquiera me cae usted mal, en realidad no me cae, y esa es la raíz del problema. Desde que tengo consciencia de su supuesta existencia, me ha parecido usted lo más semejante a una maleta que he visto en el mundo de la política. Sé que va usted de un lugar para otro gracias a las imágenes de los medios informativos y sin embargo, siempre me queda la misma sensación; la de que hubiese dado igual que fuera allá o acá, o que se quedara aquí o allí. Créame, usted no molesta, y lo que en momentos determinados puede ser una virtud, en usted se ha convertido en una forma de vida inexplicable. 

Seamos sinceros, usted manda poco. Y es probable que piense que no haciendo y dejando que los demás hagan, usted saldrá de rositas en el legado histórico que deje su mandato. Pues se equivoca, y gravemente, por dos motivos:

Uno, no ensuciar no lleva aparejado no limpiar. Las cosas se manchan lo queramos o no, en política mucho más, y cuando uno no actúa, las ratas acaban por hacerse las dueñas del lugar. No, lo de las ratas no es una metáfora. Además, el hecho de mirar hacia otro lado le convierte a usted en cómplice y coautor de las fechorías que cometen aquellos que de un modo u otro están a su cargo. Para mí, es usted el principal responsable de la privatización sanitaria, que quiere acabar con uno de los mejores sistemas de cobertura médica del mundo, de la privatización educativa, que trata de segmentar la población entre curritos y gestores en función de sus posibles económicos, de la caída en picado del valor de las instituciones estatales, de los entupidos enfrentamientos lingüísticos, del recorte de asistencia social, que está creando tanto dolor en una población ya dolorida, del resurgimiento del caciquismo, de la desvergüenza de los empresarios que piden mano esclava a cambio de mover un dedo, de los robos y chanchullos ilícitos cometidos por muchos miembros de su partido, alguno de ellos Ministro, de la caspa que llueve cada día desde la mayoría de medios de comunicación, del encabronamiento general en un país que puede alcanzar temperaturas peligrosas… etc, etc, etc.

Dos, es usted quien elige de quién se rodea, y créame, es muy difícil hacerlo peor. En su gobierno hay personajes que se pasan de frenada casi a diario, dejando un olor a goma quemada que ni Nacho Vidal en un anuncio de Durex. ¿Es usted consciente de la caradura que tiene Ana Mato?, ¿No se ha dado cuenta de que Fernández Díaz huele a naftalina cada vez que abre la boca? ¿No se percató aún de que a la derecha de la derecha está Gallardón queriendo revivir “tiempos gloriosos de la moralidad”, y de paso esperando su caída para ocupar su puesto?, ¿No ha visto que Wert y Fátima Báñez son de esos incompetentes que acaban haciendo mucho daño? ¿Y que me dice de Montoro?, ¿En serio no cayó usted en la cuenta de que estaba poniendo de Ministro de Hacienda a un señor que, antes de ser nombrado Ministro, se dedicaba a asesorar empresas para trampear, legalmente, eso sí, en sus declaraciones?. Del señor De Guindos no sé que contarle, es tan esperpéntico nombrarlo Ministro de Economía como puede serlo poner al lobo al cuidado de las ovejas.

Los tiempos de crisis son un mal necesario, un momento de agotamiento que trae consigo nuevas oportunidades, nuevos caminos, o la vuelta al inicio de la ruta, depende de cómo se gestione. Desgraciadamente, el absurdo colectivo le convirtió a usted en presidente en uno de los momentos más importantes del país, y lo vamos a lamentar… mucho tiempo. Un hombre que ha sido capaz de convertir el gobierno de la última legislatura de Zapatero en algo no tan malo, no es de fiar.

Para terminar le voy a regalar una recomendación. Lea usted muchos libros de historia, todos los que pueda. Quizá así se de cuenta de que está conduciendo su barco a mar abierto, y de que apenas le queda combustible. ¿Y sabe usted lo que hace la tripulación cuando en medio del mar y sin combustible comienza a tener hambre?.

lunes, 24 de junio de 2013

Un corte...publicitario



Por si acaso me pongo un poco borde en alguna línea, lo voy a avisar antes: estoy muy enfadado. Lo que me ha ocurrido clama al cielo y no puede quedar así. Por ello he decido aprovechar este espacio para denunciarlo y para que todo el mundo lo sepa.

Anoche puse la tele un ratito antes de acostarme, como somnífero a mí me funciona de maravilla. Sin embargo, esta vez me desperté en el intermedio de la película que estaban emitiendo, no me pregunten cual era porque no tengo la más remota idea, y comencé a fijarme en los anuncios. Hace ya tiempo que adquirí la costumbre de ver la televisión con el mando en la mano, costumbre ésta muy extendida entre los hombres, y he de confesar que he conseguido alcanzar velocidades de rayo a la hora de cambiar de canal cuando el programa que estoy viendo interrumpe su emisión para ir a publicidad. En cambio, aún no sé muy bien por qué, es posible que Morfeo no me hubiera abandonado del todo, esta vez me quedé con los sentidos clavados en la pantalla. En mi televisión de tubo, lo siento no tengo plasma, soy un romántico, apareció lo que llevaba tanto tiempo buscando. ¡¡¡Eureka!!! grité emocionado, consiguiendo despertar al bebé de mis vecinos (que se joda, él me hace lo mismo a mí dos noches sí y una también). 

Apenas pude pegar ojo en toda la noche ansioso como estaba porque llegara el nuevo día. Nada más amanecer me levanté de un salto, me dí una ducha rápida y salí pitando sin desayunar. Cuando llegué a la puerta de El Corte Inglés (espero que no se note la publicidad encubierta) aún no habían abierto. Claro, eran apenas las siete y media de la mañana. Busqué un cafetería en los alrededores para llenar un poco el estomago, el no es tan despistado como yo y ya comenzaba a reclamar su ración matinal. Como estaba tan nervioso me conformé con un ligero desayuno formado por tres churros, dos porras, media tostada de aceite, media de tomate y dos de mantequilla. Todo ello regado por tres cafés, cortos, eso sí, ya he dicho que andaba desganado.

A las diez en punto abrieron las puertas de ese magnífico centro comercial llamado El Corte Inglés (Bufff, creo que hora se me ha notado un poco más). Entré cual María en bata de guatiné el primer día de rebajas, dispuesto a encontrar mi tesoro. Llegué a la sección de perfumería, gracias a las excepcionales indicaciones que hay en este majestuoso gran almacén,  y allí estaba, esperándome, brillante, pequeñito y en diferentes colores. En letras mayúsculas pude leer el nombre de la pócima: AXE.  Cogí uno de cada y me dirigí a la caja. En el camino, y no siendo capaz de aguantar la tentación, me rocié los bajobrazos que unen al tronco, también llamados sobaquillos, y el pecho. No escatimé en gastos, me pulí dos botes de un plumazo.

Al llegar a la línea de cajas oteé debidamente en busca del rostro femenino que más se acoplará a mis gustos. Lo encontré y me dirigí, pecho inflado y altiva barbilla, hacia el. Al llegar puse mis ojillos de galán y le dije: “Buenos días señorita, no sabía que la primavera había florecido tanto en El Corte Inglés”.
Ustedes me comprenderán, lo lógico es que ante una frase como esa e impregnado de AXE hasta las trancas (esta última palabra podría cambiarse al singular y seguiría teniendo sentido), la chica hubiese saltado la cinta trasportadora y se me hubiese lanzado a la yugular… para lamerla… la yugular digo… bueno ustedes me entienden, ¿no?. Pues NO. ¿Qué creen que ocurrió?. La señorita me miró con los ojos bañados en legañas y me dijo, literalmente: “son 32 con 80, ¿va a querer bolsa?.

Estaba claro lo que había ocurrido. Tuve la mala suerte de ir a por la empleada contratada en el plan de integración de discapacitados. La pobre tenía que tener la pituitaria echa ciscos y probablemente la nariz ya sólo le servia para sostenerse las gafas. De otra forma no puede entenderse que no se me tirara encima al olerme. Ante mi primer intento fallido salí de allí en busca de nuevos intentos. A las doce y media de la mañana me volví a casa exactamente con ciento cincuenta y dos intentos fallidos.

He llegado, querido amigo, a la conclusión de que, aunque a usted le cueste creerlo, los anuncios mienten. El desodorante no hace que las mujeres caigan a tus pies, la leche desnatada no te hará adelgazar, sobre todo si la empujas con dos tostadas, una determinada marca de cereales no va a conseguir que Natalia Verbeke cague a  tu lado, un coche no te hará crecer el pene por muy potente que sea, el coche, una sola cerveza no te convertirá a ti y a tus amigos en los seres más felices de la tierra, quizás quince o veinte sí….

Todo, absolutamente toda la publicidad de la televisión es una pura falsedad. Bueno, todo menos EL Corte Inglés, claro.

Postada_ Ruego al señor representante del prestigioso centro comercial E.C.I (lo pongo en siglas para no desvelar el nombre de la empresa) realice la transferencia acordada lo antes posible.

viernes, 21 de junio de 2013

Del latín intelligentĭa


Normalmente intentamos crear nuestros círculos de amistades con aquellas personas que nos aportan algo. Esto difiere mucho en función de lo que estés buscando en un momento concreto de tu vida, de tus necesidades. Pues bien, yo acostumbro a rodearme de personas que de una u otra forma me ayudan a crecer, me enseñan cosas que no sabía o de las que no me había percatado, y lo hacen con palabras unas veces, con acciones otras o con el simple hecho de estar. Todos ellos destacan en diferentes aspectos que yo admiro, pero suelen tener un punto en común, lo que coloquialmente llamamos inteligencia. Esta palabra da mucho juego, y basta echarle un vistazo a la definición de la RAE para confirmarlo. Siete acepciones tiene, la más utilizada y expandida es posiblemente la que hace referencia a la mayor o menor capacidad del intelecto para resolver problemas, mientras que la menos conocida es la que se define como “Sustancia puramente espiritual”. Como este es un blog de “raros” para “raros”, a esta última definición me voy a referir.

Todo comenzó hace un par de días cuando, muy acertadamente y a raíz de un artículo publicado aquí, un amigo me hizo dudar acerca del verdadero significado de “inteligencia”. Todo en esta vida tiene un precio, y rodearse de gente lista e inquieta también lo tiene: el de "rebanarte los sesos" de vez en cuando. Sabiendo que él sabe mucho más de lo que yo creo saber, he dudado a la hora de atreverme a escribir algo y quedar en evidencia. Así que he optado por la mejor solución posible, llamar a mi madre.

Tras unos minutos explicativos en los que le he aportado todo tipo de información e incluso alguna prueba gráfica (ella también se ha “wasapeado” y le he enviado una foto de mi “contrincante” intelectual),  ha sabido dar en la tecla justa para que al final me lanzara al reto. Me ha dicho: “no te preocupes hijo, él será más listo, pero tu eres pelín más guapo”. En pleno zenit de un ataque de narcisismo he comenzado así:

Por más que hayamos mamado desde nuestra infancia la idea de que fulanito o menganito son muy inteligentes porque han sido capaces de sacarse la carrera de medicina, abogacía o unas oposiciones a notario, lo cierto es que la capacidad de retener datos es una cosa, la de resolver problemas es otra, la destreza y habilidad otra más y la inteligencia, tal como la concibe mi amigo y como yo comienzo a creer, otra bien distinta. Seguro que todos hemos llegado a conocer a lo largo de nuestra vida a personas que destacaban en algún campo de forma sobresaliente y que sin embargo no tenían muchas habilidades sociales. Se relacionaban mal con los demás, con el entorno y con ellos mismos. A mi ellos me parecen buenas computadoras. Son capaces de sacarle un gran partido a algunas partes de su cerebro, y esto es admirable por el trabajo que conlleva, pero eso no les cualifica como personas.

El uso de la inteligencia te permite comenzar a buscar las respuestas, sean éstas de la índole que sean,  mirando primero hacia dentro y luego, si es necesario, hacia fuera. De nada sirve pensar de un modo concreto, aprendido a base de conocimientos y experiencias adquiridas, si te quedas en lo superfluo. Si aceptas como dogmas todo aquello que una vez te sirvió, podrás seguir acaparando datos durante años, pero la falta de flexibilidad de impedirá crecer.

Cuestionarse a uno mismo es símbolo de inteligencia. Buscar aquello que es coherente con lo que sabes( ¡y lo sabes!)  que tiene que ser, es inteligencia. Romper creencias que ya no te sirven porque ahora eres otro, es también inteligencia. Pero como he dicho anteriormente todo tiene un precio, y en este caso llegar hasta un nivel que te permita el uso de tu verdadera inteligencia de un modo aceptable, es un camino que no siempre resultará sencillo de transitar. Porque comenzar a pensar y actuar de forma coherente con tu SABER, es también destruir todo o gran parte de aquello sobre lo que te has sostenido durante mucho tiempo. Si te dispones a deshacerte de las cómodas excusas que has utilizado para no enfrentarte a ti mismo, que es por cierto el peor enemigo con el que vas a topar en tu vida, tendrás que renunciar a muchas de las cosas aprendidas y cuestionar otras.

Soy consciente de que en realidad me he movido en circunloquios alrededor de la palabra inteligencia sin llegar a definirla. Tiene su explicación, no sé definirla de una forma concreta. Es algo que se me escapa, que no puedo traducir al verbal. Es mi intuición la que me asegura su existencia, es eso que hace que tú y yo sepamos lo que es mejor para nosotros y para el otro sin necesidad de que nadie nos lo explique. No necesitamos aprenderlo porque siempre lo hemos sabido. ¿Cómo?, ¿Desde cuando?,  ¿Por qué? ,¿Quién o Qué lo puso ahí?... francamente, no tengo la menor idea. Yo soy tan ignorante como usted, o quizas usted no.

Posdata_ Le he vuelto a enviar un "wassá" a mi madre para que me confirme que sigo siendo pelín más guapo que mi “contrincante” intelectual. La muy desleal ahora titubea.


jueves, 20 de junio de 2013

Pinceladas en el aire



¿Cuánto sería justo pagar por llevarse a casa el cuadro de “las señoritas de Avignon” de Picasso?. ¿Mil euros, un millón, cien millones…quizás mil?. La respuesta es tan relativa que al final la acaban marcando, como no puede ser de otra forma, las leyes del mercado. Aquello de la oferta y la demanda. Sin embargo, imagínese por un momento que el pintor malagueño hubiese pasado por este mundo con más pena que gloria, profesionalmente hablando, y a usted y a mi nos llevara el misterioso destino a encontrarnos en una galería de arte de tres al cuarto contemplando el cuadro. Es posible que ambos quisiéramos comprarlo, ya le adelanto que yo sí, pero seguramente ambos fijaríamos un precio en función de nuestras posibilidades, como haríamos con cualquier otro objeto. Digamos que yo podría soltar quinientos euros por el, y que usted aflojaría quinientos más por arrebatármelo. En ese caso, usted se llevaría a casa dos cosas: una obra maestra irrepetible y mi más profunda animadversión hacia usted.

Y es que tasar con justicia la valía de una obra de arte es sencillamente imposible, ya que el valor que se desprende de estas piezas no puede medirse. El arte es en sí mismo un medio de comunicación que parte de la obra hacía el infinito sin saber a quien se encontrará en su camino. He visto a muchas personas corriendo por los pasillos del Louvre en busca de La Gioconda, en pleno auge tras el éxito de El código Da Vinci, mientras pasaban cerca de algunas obras impresionantes del gran Rafael. En Nueva York observé como se acumulaban hordas de turistas frente a un Vang Gogh, quién se lo iba a decir a él, mientras unos retratos de Bacon estaban desiertos, hasta que llegué yo para sobrecogerme de la cabeza hasta la rabadilla.

Es lógico pensar que el autor trata de transmitir con su obra una idea, una impresión, un sentimiento o un algo difícilmente clasificable. Pero nunca sabrá quien es el receptor de su mensaje. Bacon pintó aquellos retratos para las personas que lo ignoraron en el museo de Nueva York y para mí. Sin embargo, ellos prefirieron obviarlo en favor de un pintor más famoso, e igualmente maravilloso, y yo me sentí hipnóticamente atraído hacia su obra. Determinar que es lo que nos diferencia a aquellas personas y a mí para que yo sienta tal atracción por una pintura concreta y ellos no, es tan imposible como responder a la pregunta que abría este artículo.

Los mecanismos cerebrales de asociación y la interacción de estos con las sensaciones son demasiado complejos y personales como para determinar que es lo que hace saltar ese muelle que pone en alerta tu atención. Sin embargo el arte va más allá. Puede entrar por la vista, por el oído, por el tacto, pero no es allí donde ataca. Es un todo, que sale del creador desde todo su ser y llega al receptor de la misma manera. Si una obra te llega te tambalea, te conmueve, puede llegar a romper esquemas mentales, a deshacer lo que creías firme e inamovible. No hay cabeza que lo maneje porque no está concebido para la cabeza, de hecho es más que posible que no sepas explicarlo por más que te guste o disguste.

Y no todo tiene porque parecernos “bonito”. Matisse me transmite una belleza móvil, danzarina, tendente a la unidad. Picasso me emborracha, veo sexo, furia, y una fuerza creadora que se expande sin parar. Dalí es tan genial que raya en la pedantería. Creía que nadie podía saber de todo, pero él existió. Léger me relaja. A pesar de la oscilación de la pincelada en algunos de sus cuadros, todo está en su sitio. Es el pintor ideal para los neuróticos. Los retratos de Bacon de rostros desnudan más que el mayor de los desnudos. Sin embargo, los desnudos de Lucian Freud reflejan miles de cosas, pero lo que menos importa es el hecho en sí del desnudo…
Seguramente, si usted conoce la obra de alguno de estos pintores, coincidirá en algo de lo anteriormente dicho y diferirá en otra tanto. Eso es lo genial. El artista lanza su mensaje desde un punto de evolución, aquel en el que se encuentra. Mientras que el receptor capta este mensaje total o parcialmente, dependiendo del punto donde se encuentre. O quizás tergiverse el mensaje porque así tiene que ser para él en ese momento. Y lo mejor de todo es que, percibiendo cosas diferentes, ninguno de los dos tenemos razón, o quizás ambos. El único capaz de percibir el mensaje en su totalidad es el creador de la obra en el mismo momento de su concepción. Poco después ya lo le parecerá igual, porque él también habrá cambiado.

martes, 18 de junio de 2013

Usted es un racista en potencia



Para suavizar el impacto que pueda producir el titular, permítanme comenzar en primera persona. La única diferencia que existe entre un skin head y yo, es que el cabeza hueca, digo rapada, no es consciente de las miserias que su miedo hace fluir. Se deja llevar por ellas como algo natural, “pensando” que todo aquello que se sale de su zona de confort es altamente peligroso, y por ende actúa de una de las dos formas posibles, atacando. La otra forma sería la huida.



El miedo a lo desconocido, a lo diferente, es una reacción normal dentro del instinto de supervivencia que todos tenemos. En eso, a excepción de gente más elevada, y desgraciadamente son una minoría, todos partimos de la misma línea. Lo que nos va a diferenciar a unos de otros es qué hacer con ello. Como gestionarlo. Y también en esto existen diferentes caminos.



El más común se basa en la herencia educacional, en el aprendizaje que vamos atesorando a lo largo de los años, desde la infancia hasta la madurez. Estas lecciones llegan desde diferentes ámbitos. El familiar es posiblemente el más importante, ya que es durante la infancia cuando más actuamos en modo esponja, absorbiendo todo aquello que vemos, olemos, oímos, degustamos y sentimos. Y es en este entorno donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo. Después tendríamos lo que podemos denominar educación social. Para no entrar en profundidades diremos que en esta influye todo aquello que nos llega a través del exterior: amigos, profesores, medios de comunicación…etc.



En las condiciones actuales, lo habitual es recibir continuos mensajes acerca de lo que está bien y lo que está mal, e incluir en está última lista el racismo, el machismo o la homofobia, por poner algún ejemplo. Pero basta echar la vista un poquito atrás, no mucho, digamos cuarenta años, para descubrir que lo que ahora nos parece negativo y reprochable socialmente, era admitido y normal tiempo atrás. El machismo no tenía una etiqueta diferencial porque lo normal era ser machista, lo contrario era ser un calzonazos. La homofobia tampoco estaba mal vista porque lo lógico era ser “normal” (hetero) y el resto eran malformaciones mentales que a unas pocas familias les tocaba “padecer”. Y racistas no éramos, por supuesto, ya que aquí no había inmigrantes, los que emigrábamos éramos nosotros, y porque los gitanos no contaban, ni siquiera para esto.



Está visto entonces que la educación recibida no es garantía de éxito a la hora de vencer toda la basura que portamos y que algunos dejan salir con demasiada frecuencia. Dependiendo de la familia que le haya tocado, del ambiente donde se mueva normalmente y de la sociedad en la que conviva, así serán los dogmas morales que porte en su cabecita, con el agravante de que posiblemente crea que son de su cosecha y no una adquisición inconsciente, como de hecho son. Quizás por ello, muchas personas de sobresaliente inteligencia han defendido la teoría de que las normas sociales y de convivencia se inventaron con el único propósito de que no acabáramos matándonos unos a otros. Y razón no les falta, siempre y cuando crea que usted es aquello que ha ido aprendiendo en su vida y que no existe otro camino para gestionar sus miserias.



Afortunadamente sí existe otro camino, pero exige un grado de responsabilidad infinitamente mayor que el anteriormente mencionado. Se trata de hacerse cargo de uno mismo para lo bueno y para lo malo. De disfrutar conscientemente de todas las cosas positivas que hay en usted, y de admitir y gestionar todas aquellas que no le gustan tanto. No es necesario que nadie le enseñe que ser racista es malo. Usted tiene que saberlo. Porque si se observa un poquito en determinadas situaciones, verá como el hecho de verse de pronto rodeado de un grupo con el que, de entrada, nada tiene en común, le producirá rechazo. Eso es humano, se siente vulnerable y es aquí donde puede decidir que es mejor hacer. Puede defenderte, atacando o huyendo, o puede intentar encontrar las cosas que sí tiene en común con ese grupo. Que esta acción sea exitosa o no, dependerá también, como es lógico, de la otra parte. Pero eso no importa, ya que se ha acercado saltando por encima  de sus prejuicios y eso es precisamente lo que marcará la diferencia, su actitud. Unas miras abiertas le darán la posibilidad de descubrir, de aprender, de crecer. Lo contrarío le dejará sentado junto a una inmensa montaña de mierda, mientras maldice por su mala suerte, por lo mal que se porta el mundo con usted y lloriqueando porque nada puede hacer. ¡Miente!, y lo que es peor, se miente.    

lunes, 17 de junio de 2013

"Brillante"




Leer la prensa se ha convertido de un tiempo a esta parte en un ejercicio de alta peligrosidad para el sostenimiento de la salud mental. Se han unido dos “costumbres” en una misma época, ésta que nos ha tocado vivir, a cual más aberrante.

Por una parte, los catastróficos efectos de esa cosa tan cansina llamada crisis, parecen no tener fin en su afán de transmutarse cada día convertidos en una nueva situación, a ser posible más Kafkiana que la anterior.  Cuando crees que ya lo has visto todo, saltan a la palestra un Juez, un político o un fiscal para tratar de convencernos a todos de que lo que vemos con meridiana claridad no es lo que parece. Que la ley es la misma para todos, que es infalible y que por ello en algunos casos hay que hacer una excepción.

-         ¿Cómo, pero no acabamos de decir que es la misma para todos? (preguntan algunos ciudadanos)

-         Claro, hijos míos, por eso hay que hacer la excepción, para que se confirme la regla (tienen a bien respondernos sus señorías)

-         Ahora sí que no entendemos nada.

-         Por eso yo soy el juez y vosotros no.



Deben de pensar sus ilustrísimas autoridades que el vulgo no está preparado para entender lo que ellos tratan de transmitir con palabras llanas, haciendo un esfuerzo para bajar a las cloacas a predicar la gran verdad, esa que especifica que en todo hay escalas de valor y no es lo mismo juzgar a un señor ex ministro, a un distinguido Duque, a la hija de un rey o a un poderoso empresario, que a un mecánico, un fresador o a una cajera del DÍA.  Lo peor no es que cambien las reglas del partido en el descanso (no me negará que la metáfora futbolística es muy oportuna), lo terrible es que traten de explicártelo. Lo dicho, Kafkiano.



La otra “costumbre” a la que hacía mención viene a tocar en la puerta de uno de los oficios más hermosos del mundo, y hoy en día más podridos. El periodismo, o lo que queda de este. Dándole un repasillo a los diarios de hoy, me he encontrado con un titular que me ha erizado la piel, más por lo que no pretende contar que por lo que trata de decir. Versaba así el susodicho: “EL TS condena a dos mossos por dar una paliza "gratuita e "indigna" a un ruandés".  ¡Toma  ya!.  Dejando al margen el hecho de que dos energúmenos de uniforme le han dado una paliza a un tercero, que siendo algo repugnante no quiero hoy referirme a ello, resulta que para el redactor de esta noticia y para el señor juez que sentencia, existen diferentes tipos de palizas a aplicar, dividiendo estas en digna o indigna por un lado,  y  gratuita o con motivo por otro.  Aún a riesgo de verme nuevamente vagando por una situación propia de la mejor prosa de Kafka, me gustaría que ambos profesionales, Juez y periodista, me explicaran por qué al primero le parece que una agresión física cometida por un policía  puede ser alguna vez válida y otras gratuita, y por qué el segundo normaliza la vergonzante sentencia publicándola en esos términos y sin asomo alguno de crítica ante tamaño despropósito, salvo el entrecomillado que coloca en las palabras gratuita e indigna, como tratando de quitarse el muerto,  afortunadamente no es literal, de encima.  Lo de “indigna” es aún mejor, ya que al parecer un buen saco de hostias bien dado, es decir, con el estilo elegante y acompasado que sólo unas buenas porras funcionarias saben dar, no es motivo de reproche. ¡No se queje hombre! ¡con lo bien que le han zurrado!.


Dejo para el final la “exquisita” diferenciación que se hace de la nacionalidad de la víctima. Y digo victima porque sea o no culpable de aquello por lo que fuese detenido, este señor ha sido víctima de una injustificable agresión. El caso es que denominar a algunos por su nacionalidad tratando de que el lector se haga una estereotipada idea del personaje, es como mínimo indigno (ahora sí viene a cuento) para alguien que aspira a contar la verdad lo más imparcialmente posible. Me pregunto si tiraría tan alegremente de procedencia para hablar de un compatriota de Merkel, por ejemplo.


El periodismo, en su inmensa mayoría, pero con gloriosas excepciones, ha consentido en asumir el discurso rancio, miedoso y maniqueo de los poderosos, que tratan de dividir el mundo en buenos y malos en función de los cuartos que se les pueda sacar. Y esto está condenando el oficio a convertirse en un circo de letras, más preocupados por impactar (vender) que por informar. Pero como diría Superatón, “no se vayan todavía, aún hay más”. Ahora viene el descojone. Resulta que lo que nos han contado en el titular poco tiene que ver con el fondo del asunto. Me explico y resumo: un tío estafa a unos empresarios con un método parecido al timo de la estampita. Estos, cabreados por el pase torero que le acaban de dar, ¡a ellos que han llegado a empresarios!, llaman a sus dos coleguitas maderos para que le den un escarmiento al timador bajo el amparo de sus placas. De risa, no solo pegan sino que actúan de matones por encargo. Y claro, si esto es lo que ha salido a la luz, a saber cuantos favorcillos más se habrán prestado unos a otros antes de que el asunto se les fuera de las manos. En fin, vamos a dejarlo aquí que antes de publicar este artículo tengo que buscar un titular “Brillante”.


viernes, 14 de junio de 2013

Algo huele a podrido



Nos guste o no, los españoles somos muy guarros. Lo diré sólo una vez para aquellos que tienen la sensibilidad más allá de la hipodermis: voy a referirme a los españoles como un concepto genérico, con todo lo que esto conlleva de injusto cuando pretendes aplicarlo al plano personal. Dicho esto, repito, los españoles, especialmente en comparación con sus colegas europeos, conforman uno de los pueblos más sucios que puedas encontrar. Ha bastado el inicio del ciclo de la crisis económica para poder comprobar como nuestras calles y jardines acumulan una suciedad que siempre ha existido, pero que ahora luce ante la ausencia de gran parte de quienes se encargaban de secuestrarla, los barrenderos. Las costumbres de unos ciudadanos predominantemente callejeros, nos empujan a creer que lo que está más allá de nuestra puerta también nos pertenece. Y es cierto, aunque claro, no es lo mismo pensar que algo me pertenece a pensar que algo NOS pertenece. En realidad el español se queda a medio camino de ambos pensamientos. Por una parte cree que como la calle le pertenece puede maltratarla como y cuando le venga en gana. Por otro, como sabe que también le pertenece a los demás, procura poner mayor ahínco en su manchar diario, con la simple idea de fastidiar al personal, que es, tampoco lo neguemos, algo muy español. El carácter predominantemente anárquico del ciudadano medio fluye en las terrazas de los bares, donde un grupo de amigos critican lo cochinos que son esos rumanos que rebuscan en la basura dejándolo todo perdido, mientras ellos, entre caña y caña, escupen cáscaras de pipas al suelo, lanzan sus cigarrillos ya fumados a donde caigan o disparan unos esputos que bien podrían haber salido de la fábrica de blandiblú. Ver la paja en el ojo ajeno es también una de nuestras especialidades, aunque quizás no tan desarrollada como la de ignorar la viga en el propio. Esta fotografía del país no es más que la representación real de unos ciudadanos a los que les cuesta un horror aquello de la conciencia social. Quizás por ello, portamos también el orgulloso estandarte de la solidaridad, convirtiéndonos en uno de los países más entregados a la lucha de las causas injustas. Es probable que esto sea el resultado de una sana válvula de escape que nos reconcilia con nosotros mismos. Una especie de penitencia para curar el gorgoteo de la bilis que cocinamos cada día criticando todo aquello que nosotros no hemos hecho, todos los fallos que han comedido los demás, toda la fortuna que se ha marchado con el otro ( ¡la muy puta!), todo lo que concierne a la vida ajena que nos gustaría imitar pero no tenemos los cojones suficientes… Con este panorama podrá usted comprender fácilmente por qué a países como el nuestro es inútil pedirle aquello de “rememos todos en una misma dirección”. No vamos a remar en ninguna dirección, por lo anteriormente dicho y porque sabemos muy bien que quien nos lo está pidiendo quiere que rememos en la dirección que a él le interesa, no somos tontos y sabemos que él  es también español. El cambio necesario para convertirnos como país en otra cosa, si es que realmente queremos hacerlo, pues quizás estemos cómodos así o ¿acaso no está a gusto el cerdo, con perdón, revolcándose en el fango?, el cambio, como decía, puede llegar por dos caminos. Uno, la transformación sincera y progresiva de un pueblo que comienza a mutar de arriba abajo, de izquierda a derecha y de dentro a afuera. No quiero pecar de pesimista pero esta opción la veo muy lejana e improbable. No estamos lo suficientemente maduros para ello, así que paso a la otra opción, verá usted que divertida. Dos, nos siguen inflando a golpes de diversa índole: impuestos, recortes sociales, privatizaciones, corrupción al más puro estilo patrio, osease casposo… y pasado un tiempo, ¿cuánto? eso sí que no lo sé, lo resolvemos al más puro estilo español. Como hemos venido haciéndolo desde hace siglos, como manda el manual de “como ser un buen Aspañó”, es decir, a hostia limpia. Si tengo o no razón, y créame me encantaría errar y llevarme un ¡zas! en toda la boca, lo veremos con el tiempo. Pero no quiero acabar con un mal sabor de boca y que usted se lleve la impresión de que todo en este país es un bodrio y que nunca vamos a levantar cabeza, como pronostican algunos agoreros, muy españoles por supuesto. No, quiero recordarle que también somos otro montón de cosas mucho más agradables… pero de eso ya hablaré otro día.

jueves, 13 de junio de 2013

Relojes de queso fundido



Por motivos que no vienen al caso, suelo visitar la zona centro de Madrid todos lo Jueves de la semana desde hace ya algunos meses. La fuerza de la costumbre me llevaba hasta hace poco a acudir a las citas con mucho tiempo de antelación y, si bien ahora trato de combatir esa costumbre y limitarme a ser puntual y no pasarme en el intento, lo cierto es que gracias a mi manía de anticiparme con exageración a la hora convenida, he  llegado a descubrir el placer de observar el manejo del tiempo en los habitantes de una gran ciudad.  Para un hombre de provincias como yo, engullido ya por la voracidad del ritmo de la capital, no deja de ser curioso observar en otros aquello en lo que uno se ha convertido y contrastarlo con aquello que fue. Ahora, me resulta divertido marcar un paso plomizo por la calle mientras los viandantes pasan a mi lado como balas. ¿Dónde irán con tanta prisa?, ¿llegarán tarde al trabajo, a una cita, a la peluquería, al médico, quizás al encuentro con el/la amante?. Probablemente a nada de esto, o tal vez un poco de todo, da igual. Si no tuvieran nada que hacer y se les ocurriera de pronto ir a comprar naranjas para hacerse un zumito natural, correrían con la misma intensidad. Y es que en las grandes ciudades como ésta, el rugir del tiempo se come a la razón. Ajustamos nuestros relojes al milímetro para dormir unos minutos más, nos levantamos siguiendo una rutina cronometrada y nos movemos durante el día de un lugar a otro a un ritmo vertiginoso para poder llegar a casa, volver a accionar el crono casero y llegar por fin al sofá. Una vez allí, nos dispondremos a pasar unas horas relajadas, posiblemente frente al televisor, pero unos minutos después estaremos llenando los cojines de babas y plagando el aire de zetas. Estaba demasiado cansado para aguantar, dicen algunos. ¿Para aguantar QUÉ?. Nos estamos tomando la vida como una carrera en la que no está permitido dormir más que lo justo porque podrías perderte algo, y por eso corremos durante el día con el afán de llegar a todo sin percatarnos de que en realidad estamos atrapados cual hámster en su rueda. Pasear por Madrid a baja frecuencia, pararme a tomar un café, leer un rato en una terraza o detenerme en los escaparates que llaman mi atención, y son muchos créame, pues soy muy curioso, me ha llevado a descubrir un nuevo y sorprendente placer: el de perder el tiempo. Deberíamos obligarnos a dedicar un rato cada día para ello. Unos minutos u horas para no hacer nada, absolutamente nada, salvo lo que decidas hacer en ese momento, y siempre bajo la condición de hacerlo como mínimo a la mitad de velocidad a la que haces las cosas el resto del día. Si quieres andar, hazlo, no importa hacia donde, pero camina poco a poco mirando aquí y allá. Fíjate en la luz del día, en los sonidos que te rodean, en los olores de los que normalmente no te percatas y, ya de paso, en esa mierda de perro que has pisado más de una vez por no fijarte en el dudoso detalle que tuvo el dueño del animalito al no querer recogerla. No te enfades, probablemente tenía tanta prisa como tú. Darle la espalda al minutero, aunque sólo sea durante un ratito al día, nos ayudará a todos a recuperar algo de libertad, a empezar a percatarnos de que Casio y Rolex son nombres de dictadores, a entender mejor por qué la vida se nos escabulle tan deprisa, a cambiar el ritmo del segundero. El tiempo es un concepto rotundamente relativo. ¿Se ha parado usted a comparar una semana cualquiera de trabajo con aquella que se fue de vacaciones a la playa para no hacer nada?. El reloj que portaba en su muñeca era el mismo pero el tiempo había cambiado. Es lógico, al fin y al cabo el tiempo no es más que un concepto bastante flexible que se adapta perfectamente a su percepción. Ahí está la clave. En realidad el tiempo no cambió aquella semana junto al mar, cambió usted. No es tan difícil revertir la situación actual, pero para conseguirlo es imprescindible comenzar a pararse de cuando en cuando. Para contemplar la acera por la que camino, para observar la ruta por la que voy en el coche, para sentir la tierra que piso, para hablar de banalidades con el comerciante que me vende algo, para acariciar las paredes de los edificios, para tocar a aquel a quien escucho, para escuchar a aquel a quien miro, para mirar a aquel que se cruza en mi camino, para caminar por la acera por donde nunca voy, para ir a un lugar nuevo, para de nuevo no hacer “nada”, que posiblemente sea la esencia de todo. No lo sé. Pero quizás merezca la pena averiguarlo.

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