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martes, 11 de junio de 2013

Ensayo sobre la sordera



Hasta hace poco, para mí un pensamiento global era imaginarme a alguien haciendo pompas de chicle. No acababa de entender el recurrente calificativo de globalidad que se empeñaba en aparecer en cualquier tertulia que quisiera preciarse de estar a la última. Al no llegar a entenderlo decidí dar un giro de 360 grados a mi técnica y, cómo no, me quedé en el mismo sitio. Así que, contagiado por los cómodos aires de la inercia y del dejarse llevar, me impulsé 180 gradillos más y, esta vez sí, cambié la táctica: ahora me limitaba a observar. Y tras mucho mirar, he llegado a una serie de conclusiones que ni son importantes para el futuro de la humanidad, ni tienen por qué interesarle a ningún recopilador de opiniones trascendentes del siglo XXI. Lo malo, para usted, es que como ha comenzado a leer este artículo con la intención de encontrar algo interesante que llevarse al cerebelo, posiblemente, o eso espero, se quede hasta el final de la función a la espera de una chispa de inteligencia brotando entre las líneas. Mucha confianza es esa, pero gracias. A lo que iba, la información global significa que las pocas noticias que antes nos llegaban con cuenta gotas de los corresponsales desplazados allende los mares, llegan ahora perfectamente unificadas, controladas y empaquetadas al gusto, no del consumidor en este caso, sino del productor. Es decir, que usted se enterará de lo que a mi me convenga, cuando a mi me venga bien y como yo crea mejor que pueda usted ingerirlo por las tripas sin pasar nunca por la cabeza.
La conexión humana global es, sin embargo, mucho más divertida. En el pasado usted se podía mover por los territorios ajenos, huyendo de la escasez del propio, a la busca de El Dorado. Una aventura que significaba una nueva oportunidad de rehacer sus vidas para algunos y un sueño frustrado, uno más, para otros. Bien, no se preocupe, ahora usted no tendrá que planificar a donde va, ya se lo van a decir. Le moverán de un lugar a otro, allá donde sus manos sean necesarias y su boca no sea impertinente. Si esto no le gusta, no pasa nada, quédese en casa. Eso de viajar a buscarse la vida a donde uno le plazca se va a acabar. En muchos países de endeble economía ya lo saben, y en España están a punto de descubrirlo.
El capital globalizado es otra cosa. Ese sí que goza de libertad para moverse por donde le apetezca sin límites de tiempo, cantidad o desvergüenza. Si usted consigue contactar con la gallina de los huevos de oro le pondrán alfombra roja allá donde pise, independientemente de si la gallina viene cargada con un Kalashnikov, con una tonelada de coca o de la mano de unas señoritas a las que se les obliga a contagiarse de la misma reputación que gasta el ave. No estamos para detalles sin importancia, dirán los dueños de ese gran invento-estafa llamado banca.
Finalmente vamos a fijarnos en algo que me preocupa especialmente, pues si bien lo anteriormente referido es triste y grave, esto puede conducirnos a algo peor. Me refiero al lenguaje global. No hablo de mezcla de idiomas, sino de conceptos. Es una práctica cada vez más extendida en los países desarrollados, económicamente hablando, que consiste en meter en una batidora la verdad y la mentira y sacar de ella medias verdades. Se trata en definitiva de conseguir que el personal acabe asumiendo lo que le dicen no porque lo crea verdadero sino porque no es capaz de descifrarlo. Cuando por ejemplo un señor X se las ingenia para despedir a todos lo trabajadores de su empresa por quiebra acogiéndose a la ley vigente, y luego descubrimos que este mismo señor X tiene jugosas cuentas en Suiza, o cualquier otro paraíso fiscal, éste se defenderá diciendo que ha actuado dentro de la legalidad. Y en este sentido, si la ley le ampara, tiene razón. Pero el mensaje está incompleto, pues si bien la ley, en uno de sus millones de agujeros, le deja escaparse de rositas, la VERDAD es que el muy sinvergüenza se ha enriquecido gracias al trabajo de una serie de personas a las que acaba de dejar desamparadas. Es peligroso utilizar las palabras para crear un clima en el que las personas no saben qué juzgar porque aquellos que les dictan las noticias tienen una habilidad retórica que ellos no alcanzan. En estos casos las personas cultas e inteligentes, por motivos obvios, están salvadas, pero la masa, que no nos engañemos no es culta ni muy inteligente, tenderá a la incomunicación y esto nos llevará al estallido. La fórmula es muy sencilla: si padezco pero lo entiendo, no me rebelo, e incluso trato de ayudar a buscar la solución. Si padezco y no entiendo, tarde o temprano estallaré guiado por un estómago que me reclama algo con lo que entretenerse. Y entonces ya no será tiempo de explicaciones, será imparable. La masa incomunicada llega a esta situación a través de un trabajo realizado en el tiempo, y necesita también tiempo para sacar toda la cera que se ha ido acumulando en sus oídos. Y mientras la cera sale pueden pasar muchas cosas.

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