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jueves, 11 de julio de 2013

"Manual para machotes de verdad" 4ª Entrega



Este hombre me preocupa de verdad. Su visita al los tribunales no ha sido lo que él esperaba y, para su desgracia, le han enviado a casa. Allí, como cabía esperar, ha vuelto a la carga con su querido manual. Su carta de hoy dice así:

Mi apreciado amigo,

Finalmente no me han llevado a casa del juez, como yo creía, sino al juzgado. He pasado por una de las experiencias más surrealistas de mi vida. ¿Cómo es posible que en España los jueces y abogados no tengan ni idea de cómo se lleva un juicio?. No sólo eso, tampoco creas que aceptaban de buen grado los bienintencionados consejos que trataba de darles. Me he visto en VHS todos los capítulos de Perry Mason y, puedes creerme, algo sé de juicios.

A las dos de la tarde, con el estomago ya vacío,  pues me dieron de desayunar a las once y apenas pude ingerir dos bocatas de salchichón que me había traído mi madre al juzgado, me llevaron ante el juez. Al entrar, mi abogado, que se expresa rematadamente mal, me dijo que me sentara en la mesa que había frente al magistrado. Yo obré obedientemente hasta que el juez tuvo que rectificar las  desastrosas instrucciones de mi representante.
- ¿¡Se puede saber que hace!?. En la silla, hombre, siéntese en la silla. –dijo el señor de la toga un poco malhumorado-
Rápidamente me senté donde me dijo.
-         Abogado defensor, ¿Sabe su representado de qué se le acusa?- inquirió el juez.

-         Sí señoría, y le ruego que disculpe el incidente- le respondió mi abogaducho.- Me estaba empezando a oler que iba a tener que coger yo mismo las riendas de mi representación.

-         Señoría, pretendo demostrar ante este tribunal que mi representado no actúo de forma consciente debido a una incapacidad….

¿Qué ha dicho? ¿y este tío está aquí para ayudarme?.  Respiré hondo, me levanté de un salto y puse en práctica todo mi saber, con la intención de dejar claro desde un principio que no estaban tratando con un ignorante al que poder ningunear.

-         ¡Con la vaina señorita! –Dije-

-         ¿Qué? – dijo el juez claramente sorprendido por mi astucia-

-         Me dirijo al establo para acogerme a la quinta enmienda y solicitar mi propia representación.

-         ¿Se está usted cachondenado de este tribunal? – estaba el magistrado claramente desconcertado, mi estrategia ¡funcionaba!-

-         En absoluto, su señorita, permítame solicitar una biblia para jurar ante el jurado que soy inocente- dije esto llevándome la mano al corazón, ¡toma golpe de efecto!.


-         ¿Qué jurado?...Esto es de locos.

-         ¡Conozco mis derechos!, soy un ciudadano americano y exijo que se respete la constitución. – Tras decir esto me subí a la silla para cantar en inglés inventado el himno yanqui-


-         ¡La madre que me parió! – La cara del juez se tiñó de un rojo salvaje, estaba claramente impresionado y sobrepasado, probablemente nunca se había tenido que enfrentar a alguien tan preparado en materia de derecho.

-         Por lo que más quiera, bájese de ahí – me decía el abogaducho tirándome de la camiseta de tirantes abanderado que estrenaba para la ocasión-


-         No tengo por qué bajar- le espeté- este es un país libre. Su señorita, solicito la invalidez del juicio por falta de pruebas.

-          ¿Pero qué pruebas, si no hemos empezado?- me decía el juez mareado ante mi retórica.


-         Quiero hacer valer el antecedente del caso Smiths contra la compañía de tabacos la Humorosa para….
No pude acabar mi argumento. Dos sirvientes de la sinrazón con pings en la solapa y porras, me llevaron a empujones fuera de la sala. Mi abogado permaneció en el interior durante media hora más. Al salir, claramente abatido, me dijo:

-         El señor juez ha tenido ha bien considerar que no es usted un peligro para la sociedad y que lo mejor es enviarle a casa para que lo aguante su madre.

Reconozco que me dio cierta penilla. El pobre se había visto superado por un cliente que conocía más de leyes que él, y todo esto delante de sus colegas del juzgado. Me acerqué a él y le abracé. Tras unos segundos de emotiva despedida le dejé un último consejo.

-         No se preocupe. Le voy a regalar dos palabras que le conducirán al éxito en su carrera, abogado: Perry Mason.

Su cara era todo un poema. Seguramente se sentía como un idiota al no haber sido capaz de descubrir por sí mismo que la llave para el triunfo profesional estaba en esas dos palabras.

Ya en casa, y tras solicitarle a mi madre que instalara una taza de water en mi habitación, tal como tenía en el hotel, algo a lo que ella se negó, la muy rácana, ojeé el inicio del siguiente capítulo del manual. Se titulaba: “Que no te engañen, si dicen NO, quieren decir SI, porque en el fondo son todas unas putas”. Un título un poco largo pero la mar de instructivo. Leí gran parte de la noche, y a la mañana siguiente puse en práctica todo lo aprendido, más de tres páginas de información.

Continuará… (o no)

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