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viernes, 8 de noviembre de 2013

10 mg de Felicidad, 40 mg de excipientes




Salgo de casa vestido con una sonrisa y armado de buenas intenciones. Hoy toca hacer la compra del mes, concepto éste que inventamos a partes iguales los miembros de mi generación (sin tiempo ni ganas de emular el quehacer diario de nuestras madres) y los empresarios de grandes superficies (hambrientos siempre de nuestro dinero y especialistas en vender aquello que no necesitas).



Mientras me dirijo a una gran superficie para cargar el coche de alimentos del cuerpo y el capricho (ese es el problema de ser débil y comprar en un gran centro comercial), pongo la radio para amenizarme el camino. Llega entonces a mis oídos la primera advertencia en forma de cuña publicitaria. En esta, una señorita se mofa del personal confesando lo bien que se lo ha pasado gastándose tu dinero. Ese que te ha sisado interceptando tu tarjeta de crédito, DNI…etc. Una voz masculina cierra la cuña advirtiendo: “te puede pasar a ti”, a lo que añade el nombre de la compañía que velará por tu defensa jurídica.



El miedo está instalado, siguiente cuña.



Otra señorita dialoga con su amiga sobre la incompatibilidad existente entre ser feliz comiendo todo lo que uno quiere y tener un cuerpo aceptable (¿aceptable por quien?, ¿por ti?,  ¿por tu marido?, ¿por tus amigos?, ¿por la sociedad?... es más, ¿aceptable para qué?).

Afortunadamente la amiga tiene una “solución” encapsulada que te permite desfogar toda tu ansiedad devorando grasas y azúcares, y mantener al mismo tiempo una línea envidiable (pienso, ¿línea?, ¡qué tontería!, con lo que a mí me gustan las curvas).  



La culpa ha sido activada, siguiente spot, please (este último término exportado lo pongo para ser coherente con el anterior, que aunque algunos parecen haberlo olvidado, es también de exportación).



Decido cambiar de emisora, probar suerte en otro punto del dial donde quizás puedan aportarme algo menos pesado que la culpa y el miedo.



No hubo suerte, también emiten publicidad.



Un señor acaba de ser rechazado en una entrevista de trabajo. Es licenciado, con buenas referencias, magníficas aptitudes para el puesto, pero… no sabe inglés. El otro candidato se acaba de hacer con la vacante gracias a sus conocimientos de la lengua que tan bien utilizaba, cuando la ginebra no le salía por las pupilas, la Reina Madre (a ver… lo digo en plan metafórico, no quiero decir que se haya morreado con la Duquesa de York… que si lo ha hecho a mí me da igual, allá cada cual con sus perversiones). El caso es que nuestro primer aspirante ha quedado K.O por “insuficiencia Britán”.



Tengo que comentárselo a un amigo, maneja perfectamente cinco idiomas, entre ellos el inglés, y lleva dos años en paro. Quizás lo aprendió mal…



El sentimiento de irresponsabilidad se suma al circo. Si ya lo sabía yo. El problema no es la crisis, ni los que la activaron, ni los que se están haciendo de oro con ella… no, el problema es que… ¡¡¡¿no hemos estudiado suficiente inglés?!!!.



No puedo más, pongo un CD. Pero no puedo evitar ponerme a pensar en los crueles mecanismos publicitarios. Es complejo y cabrón el esquema que siguen los publicistas para conseguir que compremos sus productos.



Existen tres capas principales en todo anuncio, como en la piel humana (¡qué curiosa coincidencia!):



A-     La epidermis sería el mensaje inocente de un vendedor que ofrece su producto. Por ejemplo, si tengo pastillas para adelgazar se las ofrezco a buen precio.



B-      La dermis es la creación de una necesidad, sea esta real o no. De hecho en la mayoría de los casos será ilusoria. Para ello hay que disfrazar el producto. Usted está “gordo/a”  y yo voy a convencerle de que debe adelgazar, aunque usted no se lo haya planteado hasta este momento.





C-      La hipodermis soporta la parte más cruda del proceso. Aquí voy a apelar a todas sus miserias. Si usted no tiene un problema de salud con su peso pero este no coincide con el estándar aceptado socialmente… no lo niegue, usted no es atractivo, no puede triunfar, no tendrá nunca todo el amor que necesita… incluso puede que comience a dar asco, esa carne sobrante es símbolo de su impotencia, de su cobardía, de lo más feo que habita en su interior. 

No estoy hablando de salud.  Lo que me interesa ahora es la acción que ejerce la publicidad sobre usted, metiendo el dedo y removiendo sobre una herida.  Haciéndole creer que NECESITA mis pastillas para ser aceptado por los demás, para ser aceptado por usted mismo. Contribuyendo a consolidar esa venda estúpida que nos impide ver la realidad, esa que nos muestra que en el fondo SOMOS MARAVILLOSOS.



No es necesario tener una ropa determinada, un teléfono concreto, un coche modernísimo, un cuerpo perfecto, unos hijos listísimos, un perro de diseño, una casa inabarcable, un yate poderoso... etc, para ser geniales. Por una sencilla razón, ya somos geniales. Lo fuimos desde el momento en el que asomamos la cabecita al mundo por primera vez, quizás incluso antes (pero ese es otro tema), pero la sociedad que hemos ido construyendo entre todos no quiere que lo descubras.



Si lo haces, no vas a necesitar esas pastillas que quiero venderte. Y yo, vendedor de pastillas, que estoy tan ciego como tú, no me puedo permitir dejar de vender las capsulas de la felicidad… o eso me han hecho creer a mí también.  


 

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