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jueves, 4 de julio de 2013

Elogio del embudo



Como sé a ciencia cierta que estas palabras no van a llegar a ponerse antes sus ojos, lo voy a contar. Tengo un vecino al que los demás consideran un loco. Ahora le ha dado por quedarse en la puerta de entrada a la urbanización, y se pasa allí, a la sombra (que loco será pero tonto no) la mañana dando los buenos días a todo el que entra o sale. Vengo observando hace tiempo lo que hace y dice, bueno lo que creo que dice porque apenas se le entiende, y lo que hacen y sobre él dicen los demás.

La actitud general es de huida. Tratan de esquivarlo la mayoría, y los que paramos a su lado no aguantamos mucho en la conversación, ya que como he dicho antes, se le entiende poco. Pero no es peligroso o agresivo, simplemente es extravagante, viste de una forma extraña con combinaciones aleatorias, sin ningún gusto, y además cuida poco la higiene. Pero, ¿es eso estar loco?. Yo creo que no, es bastante inconsciente, eso sí.

Un tipo como este, ajeno a los convencionalismos, es considerado un tarado por el hecho de no reproducir comportamientos comunes, aunque no dañe a nadie por ello. Alguien que decida dejar su trabajo estable y su vida monótona para aventurarse a vivir un tiempo en un país desconocido ayudando a los demás, será también considerado loco.  

Vivir dentro de una sociedad inmersa en la locura, en la verdadera locura, hace que se desvirtúen algunos significados, y acaba siendo un pirado aquel que no se adapta a las costumbres de una sociedad enajenada que se considera normal. Para esta sociedad, y para los que formamos parte de ella, que una masa ingente de chorizos ocupen cargos de responsabilidad, es normal. Que te quiten derechos esenciales para que los que te lo quitan puedan hacer negocio contigo, es normal. Que la policía te multe con afán lucrativo en vez de velar por los intereses comunes de protección, es normal. Que el parlamento esté lleno de hijos de papá cuyo único mérito es haber nacido, es normal. Que Ana Botella sea alcaldesa de la capital de España, es normal. Que Alemania haya iniciado una  guerra mundial, ¡¡¡otra vez!!!, cambiando en la ofensiva las armas por la economía, es normal. Que la Iglesia Católica cobre de mis impuestos, es normal. Que nos planteemos salir de la crisis con negocios infames que promueven trabajos basura y blanqueo de dinero, es normal.

Pues no, mire usted, no lo es. Por más que se reitere el despropósito no puedo, ni quiero acostumbrarme a esta situación. Reclamo mi derecho a ponerme un buen embudo en la cabeza y hacer lo que a mi me dé la gana sin dañar a nadie, y reclamo lo mismo para los demás. No voy a consentir que ningún Gallardón regule mi sentido de la moralidad. Ni que ningún Wert me convenza de que hay que apoyar a los muy listos y a los que pueden pagar, y a los demás, ajo y agua.  No voy a tragar con que el recorte de derechos del trabajador es bueno para crear empleo… ¿Qué tipo de empleo?. Tampoco me creo el malintencionado mensaje de que lo privado funciona y lo público es un desastre.

Estamos rodeados de locos, muchos de ellos sádicos, que ocupan puestos donde no deberían de haber llegado jamás. En una democracia esto solo puede ocurrir cuando la mayoría del pueblo es irresponsable, y en este caso lo es.

Por todo ello promulgo desde ahora el alzamiento de la locura. Un país lleno de gente dispuesta a soñar, de apostar por la quimera, es el paso necesario para llegar a otra parte. Ya veremos donde.

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