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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Fronteras imaginarias





Las épocas de vacas flacas son idóneas para la venta de gato por liebre. 

La repentina urgencia independentista surgida en Cataluña me ha llevado a interesarme por el tema y a tratar de entender los argumentos de aquellos que defienden la separación del estado.  Los motivos expuestos pueden  parecer razonables.

¿Qué mentecato reniega a mejorar los ingresos de la comunidad en la que vive?.  ¿Alguien no quiere tener la oportunidad de gestionar su dinero como mejor le plazca?.
Según los independentistas, la separación del estado español les reportará un beneficio económico y otro cultural (lo que podríamos llamar la catalanidad).

No voy a profundizar en este último punto ya que soy incapaz de comprenderlo y por lo tanto mal haría juzgándolo.  No sé qué significa sentirse catalán, español, andaluz o belga. Mis sentimientos hacia los lugares viajan tanto o tan poco como lo hago yo, y puedo asegurarles que, tras nacer y vivir en Granada, visitar gran parte de Andalucía, asentarme en Madrid, recorrer muchos lugares de España, viajar por Europa o cruzar el charco, me he enamorado de Granada, Madrid, Lisboa, Barcelona, Bilbao, Burgos, Praga, Nueva York, Berlín… etc, etc. Bueno, también he maldecido algún otro lugar, no crean que soy  tan facilón.  

Y a ninguno de ellos pienso regalarles mi amor exclusivo. Para mí, eso  no tiene sentido, porque la capacidad de amar es infinita y la exclusividad es esclavista. Pero repito, este concepto es mío y nace de mi pecho (supongo que desde ahí viajó hasta la sesera).
Respecto al tema económico hay mucha tela por cortar, pero sobretodo hay un pequeño detalle que lo desmonta todo: Lo prometido es una posibilidad que puede ocurrir o no, exactamente igual que si los catalanes decidieran quedarse dentro de España. 

Veamos:
Los ingresos de una región dependen de un cúmulo de variantes que no siempre podrán controlarse dentro de dicha región, y si no que se lo pregunten a España. Salvo que uno pueda autoabastecerse, y no creo que ese sea el caso, el éxito financiero de un lugar depende de que el mercado le sea favorable, y para navegar plácidamente en este mar no basta con tener un buen barco, también hay que tener en cuenta el capricho de los mares.

Además, y ya que estamos desmitificando, vamos a resaltar algo obvio que sin embargo es utilizado a la inversa por parte de muchos políticos y poderosos: Andalucía, Extremadura o Castilla la Mancha, por poner los tres ejemplos más recurrentes, no viven de Cataluña.  El principio de solidaridad dicta que aquellos que más tienen (y tienen por una serie de causas en las que Andaluces, Extremeños y Manchegos colaboran) compartan beneficio con aquellos que menos tienen (y tienen menos porque en el reparto de industrias, infraestructuras y puestos de trabajo salen perjudicados por la misma ley de mercado que beneficia a Cataluña, Euskadi o Madrid).

Determinar que es justo estar por el encima del otro porque en ese momento tu capacidad es mayor, es intencionadamente olvidadizo y mezquino. Va en contra del estado solidario en el que yo sí creo. Uno está arriba o abajo en función de unas circunstancias que han marcado la historia, y que no siempre han sido ni justas,  ni mérito del beneficiado. 

Imaginemos algo: Cataluña se independiza. Entra en la unión Europea y comienza a competir en el mercado. En ese momento (les recuerdo que esto es inventado) España comienza a despegar económicamente y firma acuerdos para que sus productos y su industria prevalezcan sobre las catalanas (se siente, la crueldad del mercado es así). Poco a poco, al no poder competir en las mismas condiciones, Cataluña se empieza a empobrecer. Y ahora, señor catalán independentista, ¿Cómo se siente usted cuando desde Berlín dicen que son ustedes unos vagos?, ¿Qué le parece que España o Francia crean que son ustedes un lastre para Europa?,  ¿les gusta el cartel de pedigüeños que injustamente le han colgado?.  No ¿verdad?. Qué casualidad, es lo mismo que siente un andaluz, un extremeño o un murciano ahora.

No seamos inflexibles, las fronteras mutan. Lo han hecho a lo largo de la historia y lo seguirán haciendo hasta el día que comprendamos que son absurdas y dañinas para todos, o hasta que el ser humano desaparezca de la tierra víctima de su propia estupidez.

Lo que menos me gusta de este tema es el intento de crear dos frentes a los que te tienes que adscribir sin posibilidad de variación. Uno españolista y otro catalanista. Pues mire usted, hay más opciones, tantas como personas habitan este país, y yo voy a dejarles la mía: “frontedestruccionista” (dícese de aquel que con goma imaginaria recorre las líneas artificiales de los mapas para dejar tan solo aquellas que la naturaleza puso allí).

Tras escribir esto pasaré por anticatalán para algunos, por antipatriota para otros. No me importa, no entiendo a qué se refieren. Quizá hablamos idiomas diferentes, y en este caso no estoy hablando de lenguas.

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