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miércoles, 2 de octubre de 2013

Manual para machotes. 10ª Entrega





Sin más preámbulo.
La carta de hoy:

My simpático editor,
No lo había tenido presente hasta ahora, pero la alimentación, por lo que indica el “manual” en su página 32, párrafo 3, es muy importante en el correcto desarrollo del machote auténtico.

Tras seguir una estricta dieta, basada en carne roja con chili, he sufrido una mala rachilla estomacal. Tanto tiempo he pasado sentado en la taza de wáter, que al final tuve que convencer a mi anciana madre para que me la forrara con gomaespuma. He de reconocer, sin embargo, que sin bien esta decisión mejoró notablemente mi comodidad, no resultó tan exitosa la experiencia en lo que a higiene se refiere. Nunca pensé que una persona pudiera llegar a parecerse tanto a un aspersor.

Harta de limpiar, mi madre me insistió para acudir al médico, algo a lo que, como buen machote, me negué en un principio. Sin embargo, tras aguantar como un jabato tres minutos y dieciocho segundos (el tiempo que tardó en llegar el siguiente retortijón), acabé por ceder a sus requerimientos. Eso sí, a cambio ella me acompañó.

A la mañana siguiente, ya un poco mejor, me levanté para acudir a mi nuevo trabajo: paseador de perros. Mi madre ya se había largado con sus amigas, por lo que tuve que apañármelas solito para encontrar la medicación. Como no sabía donde carajo la había metido, opté por dejarme guiar por mi infalible instinto. Tomé una pastilla azulada que un amigo muy simpático de mi madre trae a casa cuando se queda a dormir. Alguna vez, al despedirse, le he oído decirle a mi madre que se marcha muy descargadito, por lo que era fácil deducir que aquellas pastillas ayudaban al tránsito.

El hambre, afortunadamente, volvió. Y que mejor manera de celebrarlo que meterse un buen plato de la fabada que había preparado mi madre la semana pasada y que, a pesar de quedarse fuera del frigorífico desde entonces, no parecía tener muy mala pinta.

Te parecerá increíble, pero todo salió al revés de lo esperado. Está claro que la mala suerte me persigue, porque mientras paseaba por un parque infantil, reteniendo como podía a dos perros “patada” y un rottweiler, sentí lo que podríamos llamar el efecto On: un retortijón y una erección.

Até como pude a los perros junto al tobogán de los chavalillos y los animé (de espaldas, para que no vieran el abultado tamaño de mi bragueta) a jugar con los chuchos para que me los cuidaran mientras yo buscaba un lugar donde desahogarme… del estómago, quiero decir.

Un seto cercano me sirvió de parapeto para bajarme los pantalones y deshacerme de la traicionera fabada. Pero, cuando todavía no había acabado de soltar lastre, comencé a oír llantos infantiles. Me asomé disimuladamente para observar como el rottweiler se estaba tratando de merendar a los dos perros patada y a todo aquel enano que se le acercara para tratar de impedirlo. Los perros enanos no me importaban mucho, pero cuando el rottweiler le hincó el diente al abrigo de una niña, mientras esta lo llevaba puesto, me empecé a preocupar.

El héroe que vive dentro de mi no lo dudó un segundo, salté de aquella mata que tan buen servicio me estaba prestando, para lanzarme a salvar la vida de la pobre niña. Cuando llegué, el perrazo había enganchado la falda de la pequeña. Cogí a la niña entre mis brazos y disuadí al perro como mejor pude para que soltara la prenda de la chica: es decir, le lancé una patada en los cojones que lo puso a aullar como un perro castrati.

Todo había salido de maravilla, salvo un pequeño detalle. Con las prisas, salí corriendo sin percatarme de que no me había puesto los pantalones. Y allí estaba yo, con la vara inhiesta al aire, sujetando a una niña medio desnuda entre mis brazos y rodeado por un grupo de padres que habían acudido raudos a la llamada del llanto de sus vástagos.

Con lo poco que me gustan a mí los médicos, aquí me veo. Ingresado en el hospital con tres costillas rotas, un ojo del tamaño de Albacete y los huevecillos… bueno, eso mejor no lo cuento… da pena verlos. Pero no importa, un machote ha de comportarse como tal siempre, y yo he hecho lo que tenía que hacer. Además, hay una enfermera muy guapa que me mira con cara de asco siempre que viene a lavarme y yo me insinúo jugueteando con mi cosita. Está claro que se está haciendo la durilla como parte de su rito de apareamiento. Veremos si esta vez tengo más suerte.

Ah, por cierto, mi anciana madre me ha dicho que los perros están muy bien, a pesar de que los dos “patada” no quieren salir a la calle y el rottweiler ladra ahora como un chihuauha.


“Dedicado a la memoria de Tom Sharpe, con quien tanto me he reído.”

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