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viernes, 4 de octubre de 2013

Maleducados




Supuestamente, a nadie le gusta el actual sistema educativo. No voy a hablar de Wert y sus despropósitos. Hoy, vamos a tratar de profundizar un poquito más, y por una vez vamos a dejar al descerebrado del ministro de cultura aparte.

Nuestro modelo educativo ( y en ese “nuestro” vamos a englobar a todo el mundo civilizado, perdón, quise decir “civilizado”) sienta sus bases en la escuela Prusiana, que a su vez se basó en los métodos espartanos.  En esta, que es la nuestra, el funcionamiento difiere poco del aplicado en las fábricas o en el ejército. 

Una figura, en este caso el maestro, ejerce el papel de autoridad. Es él quien decide qué, cómo y cuándo, dentro de su aula. Es también esta figura la única que desarrolla un protagonismo diario, mostrándose como el altavoz, el gran libro de sabiduría, que habla, habla y habla, mientras los alumnos escuchan, escuchan… y dejan de escuchar en muchos casos.  Como guinda del pastel, el alumno ha de demostrar los conocimientos adquiridos a través de una prueba escrita u oral, que será corregida y calificada por el “gran sabio”. 

Hasta aquí, la mayoría de la población española diría algo así como: “claro, así tiene que ser”, a lo que otros sumarían un “pero que el maestro tenga más autoridad”. 

Pues bien, dicho sea desde el más absoluto de los respetos, a mí este método me parece una absoluta porquería.  

Nos hemos equivocado, nos seguimos equivocando y quizá estemos a tiempo de cambiar. 

Un niño es, en su estado natural, una esponja capaz de preguntar y preguntarse por todo aquello que le rodea, siempre y cuando esto o aquello le interese. Dicho sea de otra forma, los chavales son (y nosotros lo hemos sido, por más que la fuerza de los hábitos impuestos se empeñen en hacernos olvidar) unos genios en potencia. No, no estoy exagerando lo más mínimo. El niño necesita explorar, jugar, interactuar y aprender porque está dentro de su manual de instrucciones de humano. Nadie tiene que enseñárselo.

Lo que inconscientemente hacemos como sociedad es mutilar esa genialidad, esa creatividad, todo ese mundo de posibilidades, a cambio de modelar “buenos ciudadanos” y sobre todo “ciudadanos útiles al sistema”. 

¿Qué sentido tiene que una persona tenga que aprender una serie de materias estandarizadas y diferenciadas para seguir avanzando en la escuela?.   

Muchos padres  al leer esto, y tras llevarse las manos a la cabeza, dirán: “¿pero que cojones me está contando el imbécil éste?, ¿Qué mi hijo va a pasar de un curso a otro sin saber multiplicar o dividir sólo porque le apasiona la poesía?”. Tranquilos, no se alarmen todavía.

Uno de los principales problemas del modelo actual es precisamente la “parcelización” del aprendizaje. La lengua, la literatura, la música, las matemáticas, la ciencia o la educación física, por poner algunos ejemplos, NO son materias independientes. Todo forma parte de lo mismo y por lo tanto el aprendizaje ha de estar intercomunicado. 

Un niño apasionado por la música llegará él solito a la lengua, para poder investigar y descubrir en los libros, por ejemplo, y de aquí entrará en las matemáticas, para comprobar que música y matemáticas son dos expresiones distintas de la misma cosa, y continuará por la poesía, pues música y poesía son también dos expresiones distintas de lo mismo, y llegará a la ciencia, que no es más que matemáticas y poesía hechas carne… y seguirá, y seguirá….

El camino no tiene que ser este que yo acabo de describir. De hecho, existen tantos caminos a seguir como personas dispuestas a crecer. De lo único de lo que los adultos deberían de ocuparse es de no interrumpir el desarrollo natural de los pequeños. Hay que ofrecerles nuestro conocimientos cuando ellos nos los pidan, y los van a pedir, no tengan la menor duda. 

Otro de los gravísimos problemas del sistema educativo, y de nuestra sociedad,  es el enfoque al utilitarismo laboral en el que está inmerso. A pocos padres he escuchado decir que su hijo estudio tal o cual carrera para tratar de ser feliz. No, el objetivo que la mayoría de los padres tienen para sus hijos cuando les envían a la escuela, o a la universidad, es que puedan conseguir un buen trabajo. Ni siquiera se refieren a un trabajo en el que puedan ser felices con poco dinero, se refieren a un trabajo que les dé mucho dinero. 

Por todo ello deberíamos de dedicar unos momentos a la autocrítica, no demasiado, ya que al no estar acostumbrados puede sentarnos mal un empacho de mea culpa. Y durante esos instantes vamos a reflexionar sobre lo que nos gusta y lo que no nos gusta de este sistema. Vamos allá, conteste usted como le plazca:

·         ¿Le gusta que su hijo pase en la escuela tanto tiempo, o más, que un empleado adulto en su puesto de trabajo?. ¿Le parece necesario?

·         ¿Le gustaría descubrir junto a su hijo cuáles son sus habilidades sin cuestionarlo?

·         ¿Si tiene que elegir, prefiere que su hijo sea feliz con poco dinero, o como los demás pero con mucho dinero?

·         ¿Cree usted que la opinión de un maestro ha de ser asumida siempre por el alumno como verdad, o que se puede debatir cualquier cosa?

·         ¿Estaría usted dispuesto a renunciar a algunas cosas para pasar más tiempo con su hijo? ¿hasta dónde está dispuesto a llegar?

·         ¿Cree usted que el juego es imprescindible en el aprendizaje, incluso en el caso de un adulto? Si no tiene clara esta respuesta, pruebe a contestar estas  ¿de todo lo que recibió en su formación, qué es lo que más recuerda? ¿Cómo lo aprendió?

·         ¿Qué es una persona formada? ¿la que sabe un poco de todo? ¿la que sabe mucho de algo? ¿la que sabe lo que necesita?

·         ¿Cuándo hay que parar de estudiar/aprender?

·         ¿Cuándo se empieza a estudiar/aprender?

Podríamos seguir con muchas más preguntas para que usted pueda aclarar qué es lo que no le gusta del sistema educativo. Pero si lo que piensa es que el problema radica en que los niños deberían de tener muchas tecnologías a su alcance y un profe cada pocos alumnos para estar todo el tiempo encima de ellos y corrigiéndolos… entonces, olvide lo que acabo de contarle. Para usted soy uno de esos soñadores inocentes que piden cosas imposibles. Y quizás tenga razón… pero, ¿y si resulta que no?.

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