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miércoles, 26 de febrero de 2014

No hay humor





Para no dármelas de listillo, y a pesar de sentirme desconcertado en varias fases del programa, voy a confesarlo: a mí Évole también me la coló.  Y está claro que no fui el único, aunque a toro pasado a todos nos resulte mucho más cómodo para el confort de nuestro ego declarar que sí, que picamos, pero que en el fondo estábamos sospechando algo.


¡Claro que sospechábamos!  Porque estábamos asistiendo a un espectáculo que caminaba por la delgada línea que delimita lo creíble y lo imposible, y en ese terreno es donde nuestro auto vanagloriado juicio comienza a tambalearse. Es ahí donde radica el éxito del experimento de los chicos de la Sexta. El ser capaces de sumergirte en un terreno movedizo donde lo normal y lo increíble conviven, no es tarea fácil. Exige de un guión perfectamente planificado que sepa dar una de cal y otra de arena de forma constante y sin respiro.


Sin duda, lo más curioso de la película viene cuando se cierra el telón con el eco impertinente de un ¡zas, en toda la boca!  Es entonces cuando podemos observar quien tiene sentido del humor, y aquí cabría introducir un trocito del sentido de la palabra inteligencia, y quién no.


Admitir que se es susceptible de ser engañado no es tarea fácil para aquellos que se toman demasiado en serio. Sobre todo si la trampa ha sido diseñada para ingerirla en porciones individuales, de forma que uno no se pueda amparar en la inercia de la comunidad.  Eso es lo que más duele, cuando te sientes sólo con tu estupidez, sin excusas. 

En ese momento puedes admitirla y aprender, sacar conclusiones de lo que acaba de pasar y madurar un poquito más, o bien, como han preferido hacer muchos, intentar matar al mensajero. Porque una cosa es que yo tenga un lado imbécil perfectamente maquillado (algo inútil porque también se ve) y otra muy distinta es que venga usted a ponerme el espejo en las narices.


Pero como somos una sociedad que gusta de la apariencias, no es de extrañar que muchos busquen argumentos, a cual más idiota, sobre lo inapropiado del experimento de Don (el Don se lo otorgo a las personas a las que admiro) Jordi Évole.  

A estos parece haberles jodido más la confesa ficción del programa del 23-F que, por poner un ejemplo, las explicaciones de Cospedal sobre un contrato en diferido.  Y la diferencia radica en que mientras uno trataba de provocarle para que abriera de una puñetera vez los ojos, o al menos comience a entornarlos, la otra se reía en la cara de quienes, absortos, escuchaban unas manifestaciones más propias de un hermano Marx que de un político con responsabilidades de alto nivel.  


Pero claro, lo de la doña era un daño común, una engañifa a repartir entre todos los que la votaron y los que no, y ahí sí podemos hacer piña para lincharla verbalmente, en el bar, por supuesto, porque luego tendremos los santos cojones de mantenerle el puesto, u otorgarle uno similar.


Además, hay que resaltar lo apropiado del momento elegido para emitir un programa como “Operación Palace” en una época en la que las noticias que nos atraviesan a diario, cual balas, nos muestran un país que se ha vuelto rematadamente loco. Donde un presidente madrileño, no elegido por los madrileños, intenta cargarse la sanidad pública al mismo tiempo que trata de convencernos de que esto es lo mejor para mantener una buena sanidad pública. Donde una casa Real, puesta patas arriba por sus propios integrantes, nos da lecciones de convivencia e igualdad mientras ellos se pasan la equidad por la entrepierna. Donde los dirigentes de empresarios y sindicatos juegan con los intereses de los demás con la única intención de cuidar sus intereses… etc, etc, etc.

Y con este panorama, con las encuestas otorgando aún una mayoría parlamentaria para PP y PSOE (los partidos más corruptos de nuestro hemiciclo), con una amplia parte de nuestra sociedad inerte ante el continuo ataque a sus derechos y con un panorama que indica que aunque todos estemos abocados a cambiar una mayoría lo acabará haciendo a ostias… vas Tú y te cabreas con el pobre Jordi… lo dicho, no hay humor.


miércoles, 19 de febrero de 2014

Vista y velocidad






En uno de los hermosos libros de mi querido Milan Kundera, concretamente en La lentitud, aparece una de esas frases que llegan a ti para armar en el cerebro la composición de cosas que tú ni siquiera sabes que sabías.  El autor de origen Checo escribió: “la lentitud es inversamente proporcional al olvido”

¡Qué gran verdad!, ¿quiere comprobarlo?, realice este sencillo experimento de imaginación. Sitúese caminando por la calle, pasea tranquilamente observando escaparates y viandantes. Puede fumar si lo desea, al fin y al cabo esta es su ensoñación y si usted no quiere,  el tabaco no le dañará. Fíjese bien en esa persona (usted) que camina, esté atento a su ritmo. De pronto una imagen se cruza en su camino, esto provoca una asociación mental de ideas que trae consigo un fatídico recuerdo, un pensamiento desagradable. ¿Qué ha ocurrido? ¿Cambió el ritmo del paseo? Camina mucho más deprisa  ¿verdad?, intentando huir de ese recuerdo.  

Es por ello que la velocidad es inversamente proporcional al recuerdo.



Lecciones de este tipo me sirvieron en su momento no solo para alimentar mi bendita locura, sino también para entender un poquito más al ser humano.  De hecho, partiendo de este aprendizaje he desarrollado mi propia teoría. En ella los elementos aparentemente independientes y sin relación son la vista y la velocidad.


Cientos de veces hemos escuchado eso de que fulanito o menganito, siendo un experto en “hijoputismo” en su esfera laboral, hasta parece buena persona en el cara a cara. O aquello de que Pepito, pareciendo tan  majo y buena persona en el trato cercano, se comporta como un auténtico sátrapa cuando lo tienes de jefe. En ambos casos la persona juzgada, la que porta dos máscaras muy diferenciadas dependiendo del ámbito en el que se desenvuelva, es vista con dos gafas diferentes, las de cerca (aquella que nos pone frente al otro y nos obliga a ver detalles importantes) y las de lejos (aquellas que utilizamos para realizar un visión lejana y defensiva de lo que nos puede dañar).


No trato de disculpar al que se comporta como un malnacido en una esfera determinada, cada cual es responsable de TODO lo que hace durante TODO el día en TODO lugar. Pero lo que me interesa destacar hoy es la visión de una realidad muchas veces distorsionada por la forma y la distancia con que la encaramos. Y cómo este mecanismo de generalización nos acaba empujando a todos a un círculo vicioso de juicio a la defensiva.

Y aquí es donde entra el segundo elemento, la velocidad. 

En los pueblos, por ejemplo, es más complicado encontrar una generalización de cabrones.  La distancia entre los vecinos es mucho más reducida que en la ciudad, y el tiempo camina mucho más despacio. Por ello, las relaciones entre los habitantes es más cercana, más rica y con más información certera que la que se produce entre los habitantes de una gran ciudad.  Aquí las gafas de cerca se utilizan la mayor parte del tiempo y esto acaba por reducir el miedo que tenemos al otro, al desconocido.


Y es que el gran problema de juzgar a otros sin la suficiente información (gafas de lejos) nos acaba convirtiendo a todos en peligrosos a los ojos de los demás. Y esto, a su vez, nos lleva a comportarnos en muchas ocasiones como capullos ante el temor de que si no saco los dientes los otros me atacarán.  


Este es el día a día de la sociedad moderna. Cada vez más aislados en nuestros círculos de confianza, nos acribillan con informaciones parciales sobre este y aquel para que, empleando nuestro natural instinto de protección, acabemos por recopilar todos esos datos e inferir que el mundo está lleno de gente mala. Y lo que es peor, generalizando un poco más,  llegar a la conclusión de que en realidad el hombre es malo por naturaleza. ¡No hay mayor falsedad que esta!, pero nos lo hemos creído y ya apenas nos atrevemos a ponernos nuestras gafas de cerca cuando salimos de las zonas de confort.  Y si lo hacemos, ¡que sea rapidito! , no vaya a ser que con el paso de los minutos nos relajemos y nos la acaben clavando por la espalda.


Es la velocidad y la distancia visual la que influye negativamente en nuestro juicio. ¿No es acaso en vacaciones, en una velada  tranquila o en un encuentro fortuito con alguien cuando no tenemos nada que hacer, cuando nos maravillamos descubriendo al otro? “Qué gente más maja hemos conocido en el viaje” –dice una pareja encantada tras sus vacaciones-  “oye, cómo molan tus amigos, estuve toda la noche hablando con ellos” – le dice un amigo a otro-
Todas estas situaciones se dan cuando los dos factores de los que te hablo confluyen: Velocidad (lenta) y Visión (cercana).


Esto no quiere decir que cuando los dos elementos se unen se obra el milagro. No es así. Pero para que exista la posibilidad de descubrir a alguien que merece la pena es necesario que el tiempo cambie el ritmo y las distancias se acorten.

Podemos entonces concluir que: “Conocer es inversamente proporcional al aumento de Velocidad y Distancia” 


jueves, 13 de febrero de 2014

Muerte al peso







El pasado Jueves, un grupo de PERSONAS de origen subsahariano intentaba entrar en España por la frontera del Tarajal, situada entre Ceuta y Marruecos. 

A las 07.00 AM, una hora magnífica para que la temperatura del agua convenza a un cuerpo exhausto de que lo mejor es rendirse allí mismo, aquellos que huían desesperados de una situación que les condenaba a la miseria, tuvieron la ingrata y trágica experiencia  de encontrarse frente a una grupo de implacables vigías fronterizos.

Lejos de intentar siquiera ponerse por un instante en la piel de los que cometen el gravísimo delito de intentar sobrevivir, la guardia civil española decidió emprenderla a pelotazos de goma, según ha reconocido el propio Ministro de Interior (por fin, y tras ocho versiones diferentes), con la finalidad de disuadirlos de tan osado plan.



El Ministro Fernández Díaz sostiene que los disparos fueron realizados sin ánimo de acertar, y que con ello solo buscaban delimitar una frontera imaginaria que evitara la entrada de los inmigrantes en territorio español. Por lo tanto, según deduce nuestro catolicísimo Ministro, nada tiene que ver esto con la muerte de varias de las PERSONAS que intentaron el “asalto” a nuestra amada tierra, concedida a los españoles en exclusividad por el mismísimo Dios, según parece que tienen como credo estos grandes defensores de la moral (ajena, entiéndase).



Lo peor de toda esta historia es que nadie quiere hablar de las vidas truncadas en el Tarajal, ni en la manera de evitar que se repita una y otra vez la misma historia. Nos hemos enzarzado en una discusión técnica sobre la limitación de la frontera, situada más allá o más acá, y sobre lo lícito que resulta disparar a alguien que se salta una ley (que perjudica gravemente al incumplidor) siempre y cuando no aciertes a herirlo directamente.  Otra cosa es que asustado por la acción del disparo acabe ahogado o aplastado por sus compañeros…¡ah!, ¡se siente, mala suerte!.



Sin la necesitad de meditar demasiado sobre lo sucedido, se me han venido dos disparatadas ideas  a la cabeza, producto de una mente tendente a la utopía y a la demagogia como la mía, como dirían los escribas de rodillas desgastadas y bocas anchas que ocupan gran parte de los medios de (in)comunicación. 


En la primera veo al señor ministro braceando en las aguas de alguna frontera. Trata de llegar a la orilla temblando por el miedo y por el frio. Las fuerzas escasean, su cuerpo se agita en el canto del cisne de la extenuación y su cara se empapa de sal. Sal que el mar le brinda con sus aguas, sal que él le regala al mar con sus lágrimas. Está a punto de conseguirlo…pero entonces, sombras lejanas le apuntan con sus luces y disparan balas que pasan silbando, pero que no le aciertan. ¡Le van a matar!, está convencido, y nada ahora en dirección contraria tratando de escapar de los disparos.  Unas brazadas más allá descubre que se acabó el combustible, su cuerpo se ha rendido. Ahora solo queda dejarse arrastrar hasta el fondo. En un último instante brota un pensamiento:  “Ojalá que el mar no devuelva mi cuerpo en la orilla equivocada”.


La otra idea es aún más divertida. En el patio de un colegio hay una enorme y profunda  zanja.  El director del centro ha prohibido terminantemente a los niños el acercarse a ella por el peligro que entrañaría una caída. Pero en vez de conformarse con vallarla y encomendarse al natural instinto de supervivencia infantil, decide dar un paso más allá y coloca a dos guardias civiles disparando pelotas de goma en los límites de la frontera imaginaria que distingue el lugar hasta donde uno puede acercarse para ver la zanja y la parte donde no se debe pasar.  Resulta espantosa la cara de terror que se les queda a los chavales cada vez que una de las armas es disparada.



Qué horrible sería formar parte del elenco de una de estas dos historias ¿verdad?
¿Qué pasará por la cabeza de aquellos que dispararon sus armas contra el mar ahora que saben que varios de los inmigrantes acabaron falleciendo?... ¿Hasta dónde llegará su capacidad para auto excusarse?... ¿Dormirán tranquilos?... ¿Y aquellos que dieron las ordenes?

Una última idea asoma al finalizar este texto. Veo a  Fernández Díaz despertando en mitad de la madrugada, empapado en sudor, víctima de una pesadilla. En ella pudo distinguir con extrema claridad las caras de las PERSONAS que fallecieron el pasado jueves en la frontera del Tarajal. 


jueves, 6 de febrero de 2014

El secreto de la felicidad






La madre Teresa de Calcuta dijo: “Si en esta vida te ha tocado pelar patatas, procura pelarlas con todo el primor del mundo”. La primera vez que leí esta declaración, hace ya algún tiempo,  pensé: “será hija de la gran puta la monja esta, o sea que si toca ser pobre te jodes y encima sonríes”. 

Esta respuesta de mi pensamiento surgió víctima de una conciencia social, a la que no he renunciado, que con el tiempo he ido “domesticando” para tratar de ampliar mi ángulo de visión.  En ese momento, cualquier palabra o frase que no alentara a la lucha de clases era considerada como mi enemigo en el afán de combatir la desigualdad y la injusticia.

La intención era buena, pero una importante ceguera me impedía entender el verdadero sentido de la frase. En realidad la Madre Teresa no estaba intentando convencer a los pobres para que estos aceptaran su papel y se conformaran con lo que les había tocado. Sus palabras no eran un regalo envenenado, al contrario, estaba indicando el camino de la felicidad.



Voy a contarles un cuento, pero antes he de cumplir con la justicia de reconocer que la “culpa” de mi afición a tirar de historias y metáforas para contar algo que no sé expresar de otra forma más diestra la tiene, en parte importante,  un conocido terapeuta argentino de nombre Jorge. Sí, me declaro Bucaydista. 

Al grano, ahí va el cuento, contado, como no puede ser de otra forma, a mi manera:
En el principio de los tiempos los Dioses se reunieron para crear al hombre. Una vez acordada la forma y características de este nuevo ser, todo estaba preparado para ponerlo en marcha. Bueno, todo menos un pequeño detalle. El ambicioso proyecto marcaba un punto de inflexión en sus creaciones al haber incluido en el humano un hecho diferencial importante: la conciencia. 

Uno de los Dioses, más precavido y sabio que los demás (pues sí, en los Dioses de mi historia hay niveles, además el cuento ahora es mío y lo narro como quiero), hizo constar al resto un matiz que habían pasado por alto y que podía destrozar su gran obra. Y es que al dotar de tanto poder a un ser tan inmaduro, podrían acabar avocando a éste hacia su propia destrucción.  Por ello, otro de los Dioses propuso una idea que fue inmediatamente aceptada por los demás. Ocultarían el secreto de la vida, y por ende de su propia felicidad, en algún lugar donde sólo pudiera  encontrarlo aquel cuyo nivel de conciencia fuese el suficiente.

El problema ahora era ¿Dónde?  “En la cumbre de la más alta de las montañas”, propuso un Dios. “O en la parte más profunda del más profundo de los océanos”, dijo otro. Pero un avance tecnológico que permitiera al hombre llegar hasta allí no supondría un alto grado de conciencia. Tras mucho debatir, el más sabio de todos ellos volvió a tomar la palabra. “Solo hay un territorio donde un ser no preparado nunca se atreverá a buscar” Expuso el lugar y todos aplaudieron su idea.

Por ello decidieron esconder la llave de todas la verdades en el único lugar donde siempre estaría a salvo, en el corazón de cada ser humano.

Y como epílogo a este cuento podemos añadir un dato más. El camino para llegar a la llave es en realidad tan sencillo que nos va a costar un huevo llegar hasta él (en este caso el artículo final  está tildado intencionadamente).


Al igual que los Dioses del cuento, grandes genios y sabios de la historia de la humanidad han escondido claves y secretos importantes sobre la vida allá donde es más difícil descubrirlos, o sea, delante de nuestros ojos.  Porque no hay camino más difícil de atravesar que el más simple de los caminos.


Hay una frase que resume muy bien lo que trato de explicar en este escrito. Dice: “El hombre no tiene miedo de sufrir, lo que tiene miedo es a ser feliz”. En pocas palabras explica una gran verdad cargada de un saber mayúsculo. Yo, para intentar explicar eso mismo tengo que rellenar dos folios, y ni aún así consigo definir la idea de una forma tan certera. Por eso quien la pronunció es Sabio y yo no.

Como muchos de ustedes,  yo también soy un buscador. Afino cada día mi linterna para tratar de hallar ese camino que me lleve a la felicidad. Pero mientras tanto, voy a preparar unas patatas para el almuerzo, y me voy a tomar mi tiempo para pelarlas de la forma más primorosa que pueda.


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