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miércoles, 19 de febrero de 2014

Vista y velocidad






En uno de los hermosos libros de mi querido Milan Kundera, concretamente en La lentitud, aparece una de esas frases que llegan a ti para armar en el cerebro la composición de cosas que tú ni siquiera sabes que sabías.  El autor de origen Checo escribió: “la lentitud es inversamente proporcional al olvido”

¡Qué gran verdad!, ¿quiere comprobarlo?, realice este sencillo experimento de imaginación. Sitúese caminando por la calle, pasea tranquilamente observando escaparates y viandantes. Puede fumar si lo desea, al fin y al cabo esta es su ensoñación y si usted no quiere,  el tabaco no le dañará. Fíjese bien en esa persona (usted) que camina, esté atento a su ritmo. De pronto una imagen se cruza en su camino, esto provoca una asociación mental de ideas que trae consigo un fatídico recuerdo, un pensamiento desagradable. ¿Qué ha ocurrido? ¿Cambió el ritmo del paseo? Camina mucho más deprisa  ¿verdad?, intentando huir de ese recuerdo.  

Es por ello que la velocidad es inversamente proporcional al recuerdo.



Lecciones de este tipo me sirvieron en su momento no solo para alimentar mi bendita locura, sino también para entender un poquito más al ser humano.  De hecho, partiendo de este aprendizaje he desarrollado mi propia teoría. En ella los elementos aparentemente independientes y sin relación son la vista y la velocidad.


Cientos de veces hemos escuchado eso de que fulanito o menganito, siendo un experto en “hijoputismo” en su esfera laboral, hasta parece buena persona en el cara a cara. O aquello de que Pepito, pareciendo tan  majo y buena persona en el trato cercano, se comporta como un auténtico sátrapa cuando lo tienes de jefe. En ambos casos la persona juzgada, la que porta dos máscaras muy diferenciadas dependiendo del ámbito en el que se desenvuelva, es vista con dos gafas diferentes, las de cerca (aquella que nos pone frente al otro y nos obliga a ver detalles importantes) y las de lejos (aquellas que utilizamos para realizar un visión lejana y defensiva de lo que nos puede dañar).


No trato de disculpar al que se comporta como un malnacido en una esfera determinada, cada cual es responsable de TODO lo que hace durante TODO el día en TODO lugar. Pero lo que me interesa destacar hoy es la visión de una realidad muchas veces distorsionada por la forma y la distancia con que la encaramos. Y cómo este mecanismo de generalización nos acaba empujando a todos a un círculo vicioso de juicio a la defensiva.

Y aquí es donde entra el segundo elemento, la velocidad. 

En los pueblos, por ejemplo, es más complicado encontrar una generalización de cabrones.  La distancia entre los vecinos es mucho más reducida que en la ciudad, y el tiempo camina mucho más despacio. Por ello, las relaciones entre los habitantes es más cercana, más rica y con más información certera que la que se produce entre los habitantes de una gran ciudad.  Aquí las gafas de cerca se utilizan la mayor parte del tiempo y esto acaba por reducir el miedo que tenemos al otro, al desconocido.


Y es que el gran problema de juzgar a otros sin la suficiente información (gafas de lejos) nos acaba convirtiendo a todos en peligrosos a los ojos de los demás. Y esto, a su vez, nos lleva a comportarnos en muchas ocasiones como capullos ante el temor de que si no saco los dientes los otros me atacarán.  


Este es el día a día de la sociedad moderna. Cada vez más aislados en nuestros círculos de confianza, nos acribillan con informaciones parciales sobre este y aquel para que, empleando nuestro natural instinto de protección, acabemos por recopilar todos esos datos e inferir que el mundo está lleno de gente mala. Y lo que es peor, generalizando un poco más,  llegar a la conclusión de que en realidad el hombre es malo por naturaleza. ¡No hay mayor falsedad que esta!, pero nos lo hemos creído y ya apenas nos atrevemos a ponernos nuestras gafas de cerca cuando salimos de las zonas de confort.  Y si lo hacemos, ¡que sea rapidito! , no vaya a ser que con el paso de los minutos nos relajemos y nos la acaben clavando por la espalda.


Es la velocidad y la distancia visual la que influye negativamente en nuestro juicio. ¿No es acaso en vacaciones, en una velada  tranquila o en un encuentro fortuito con alguien cuando no tenemos nada que hacer, cuando nos maravillamos descubriendo al otro? “Qué gente más maja hemos conocido en el viaje” –dice una pareja encantada tras sus vacaciones-  “oye, cómo molan tus amigos, estuve toda la noche hablando con ellos” – le dice un amigo a otro-
Todas estas situaciones se dan cuando los dos factores de los que te hablo confluyen: Velocidad (lenta) y Visión (cercana).


Esto no quiere decir que cuando los dos elementos se unen se obra el milagro. No es así. Pero para que exista la posibilidad de descubrir a alguien que merece la pena es necesario que el tiempo cambie el ritmo y las distancias se acorten.

Podemos entonces concluir que: “Conocer es inversamente proporcional al aumento de Velocidad y Distancia” 


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