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miércoles, 30 de abril de 2014

De Ingenuos y Quimeras







Las excepciones son un mecanismo diseñado por la naturaleza para bajarnos los humos. Cuando uno cree que ya sabe, comienza a pensar que todo es predecible en función de la observación de una serie de acciones- reacciones repetitivas. ¡Tremendo error! ,  no hay nada menos estático que la vida, por más que nuestro ego se empeñe en convencernos de lo contrario.




Sin haber aprendido esta lección, conducía la pasada semana con la radio puesta cuando en un programa en el que hablaban de las repercusiones de la pasada manifestación por la dignidad, anunciaron la entrada en antena del padre de uno de los heridos por la acción policial.


“Los va a poner a caldo”, - me dijo con sorna y carilla de sabelotodo mi pequeño argentino (discúlpenme los amantes sin humor de la tierra de Borges y Cortazar, pero es así como llamo a mi ego en la intimidad)-. Y afortunadamente, me equivoqué.





El hombre, médico y abogado (doy este dato para aquellos que se aventuren a tildarlo de perroflauta), acababa de finalizar una marcha de unas cuantas decenas de kilómetros para llevar un escrito a la Zarzuela bajo el lema “Por la vida y la libertad”.  En su intervención, lejos de clamar al cielo pidiendo justicia, que muchos confunden con venganza, sobre aquellos que dispararon pelotas de goma contra su hijo y cuya acción acabó por costarle un testículo al joven;  pues bien, como decía, su intervención fue un claro exponente de inteligencia y humanismo difícilmente digerible, por desgracia, para la mayoría de los españoles, tertulianos del programa en cuestión incluidos. 




Y es que al común de los ciudadanos le descoloca que alguien pida mirar a los manifestantes como personas con problemas que están enfadados (y con razón) y a los policías como personas con problemas que tratan de salvar su trabajo, y todo ello al mismo tiempo. 
Descoloca porque cuando miras al otro como a tu semejante, el dualismo maniqueo de buenos y malos se disuelve. Todos hacen lo que hacen por algún motivo, todos tienen sus razones, aunque algunas de ellas sean auténticas barbaridades. Pero claro, si partes de la idea de que el otro es tu igual, entonces comprendes que las razones del otro pueden ser una burrada, pero el problema es que el otro no lo sabe, aún. 




Plantear este punto de vista no suele ser aceptado de muy buena gana por aquellos que dividen a las personas, en función de sus intereses, entre aquellos que están conmigo y aquellos que están contra mí. Para ellos siempre será más cómodo la existencia de bandos para poder situarse en algún lado, porque de no ser así se encontrarían con una pregunta poco grata: ¿y yo dónde estoy?




Afortunadamente cada vez son más aquellos que descubren que el bando es uno, y que todo aquello que te perjudiqué a ti, de una u otra forma me perjudicará a mí. 


Pero este es un discurso que se abre camino en una sociedad en estado de cambio profundo que aún tiene que padecer mucho para lograr la conciliación.



Mientras tanto, yo prefiero pagar con mis impuestos el reemplazo de contenedores quemados a que se extinga la vida de alguien en un enfrentamiento entre policía y manifestantes.

Lo primero siempre se podrá solucionar, lo segundo es irreversible, irreemplazable, como el testículo de ese joven que sufrió un pelotazo que fácilmente se podría haber evitado. 



miércoles, 9 de abril de 2014

¿Seguro?






Me pregunto cómo es posible que a estas alturas a ninguna empresa de seguros se le haya ocurrido crear una póliza para la primavera.

Les parecerá una estupidez, pero teniendo en cuenta la contagiosa inercia de contratar seguros para cubrir cualquier peligro que se nos pueda presentar en la vida, la verdad, a mí no me parece tan absurdo.  

A ver, tampoco seamos talibanes en este tema. Un seguro que cubra los desperfectos que tu coche pueda producirle a otro, y viceversa, en caso de accidente, me parece una idea lógica. Sobre todo teniendo en cuenta la jungla en la que te adentras cuando decides conducir por determinados lugares.  Incluso un seguro que cubra el valor de tu vivienda y los posibles accidentes que puedas causarles a otros vecinos, también es lógico.


El problema es que, en esto también, hemos traspasado hace tiempo la frontera de lo coherente. Por ejemplo, contratar una póliza por si tu perro muerde a alguien y éste decide denunciarte,  es ponerle demasiadas tiritas a las posibles heridas del futuro. Ya que, al contrario de lo que algunos tratan de vendernos, un perro normalmente no va a morder a nadie. Y si lo hace, el dueño y responsable del animal, la víctima o quizás ambos, han actuado de forma indebida con el can. Pero claro, eso no vende. Es mucho mejor, para el negocio de los que viven del miedo ajeno, convencer al personal de lo peligrosísimo que puede resultar un perro.



Desde esta perspectiva catastrofista cabría también contratar un seguro contra las picaduras de abejas (ya que hay gente que, al ser alérgica a este veneno y no recibir la debida asistencia, acaban muriendo), contra los atascos (pues si te pilla un infarto inmerso en uno de ellos la has cagado) o, como decía al principio, contra la primavera (que es una época de fuerte cambio que trastoca física y emocionalmente)


Pero ¿por qué aceptamos esta idea de asegurarlo prácticamente todo? Seguro (que bien traída está la palabrita ¿eh?) que ustedes tienen su propia teoría, pero como el que escribe en este rinconcito de internet soy yo, tendrán que aguantar la mía. 

Verán, la mayoría de las veces que actuamos de forma absurda suele ser por dos motivos: miedo e inconsciencia. Y este caso no es una excepción.

Una sociedad controlada es aquella que vive bajo una falsa presunción de seguridad. Los poderes del estado, con fines puramente económicos, y por ende de poder, venden una ficción que es muy fácil de comprar cuando la población no es consciente de su condición humana. Y cuando esta condición no es aceptada, se vive bajo el tremendo peso del miedo.  


Es paradójico, pero aceptar que la vida está llena de accidentes de toda índole e importancia, es lo que podrá llevarte a perder el miedo y sentirte más seguro. Aunque la estadística juegue a nuestro favor, siempre podremos ser víctimas de una excepción y morir fulminados por un rayo, atropellados por un camión en un paso de peatones perfectamente iluminado o aplastados por la caída del techo de nuestro amado y calentito hogar. Nadie puede asegurarte que eso no vaya a ocurrir, esa es la primera lección a aprender. Aunque es bastante improbable que ocurra, esta es la segunda lección a aprender, y en este caso el orden de las lecciones es muy importante.



De esta forma uno podrá comenzar a vivir cada uno de los días de su vida como algo especial. Algo lógico, porque en realidad son especiales. Por muy monótonas que se hayan convertido nuestras vidas, no existe un día igual a otro. Cosa distinta es que nos paremos a comprobarlo. Pero cuando uno llega a esa conclusión y lo experimenta, acaba por dejar de perder el tiempo en prepararse para lo que pueda venir y se centra en lo que ya está aquí (que por otro lado es lo único real). Así que, llegados a este punto, ¿Cómo podrían venderme seguridad? Sencillamente no podrían, porque sé que no existe.


Lo siento, es probable que algunos de los que lean estas líneas comiencen a sentir un pequeño sofoco por haber reparado en algo en lo que preferían no pensar. Pero créame, es imposible la felicidad sin pasar antes por la aceptación. Y usted quiere ser feliz ¿verdad?


Además, no es tan grave. ¿Recuerda usted cuando se enteró de que los reyes eran los padres y se le vinieron todos los esquemas abajo?, pues esto es más o menos lo mismo. Aquella vez le toco madurar, crecer, cambiar. Y este caso también, de eso se trata.


La aceptación de la inseguridad que supone la vida es seguramente la mejor manera de asegurarse una vida más feliz de la que ahora le otorgan todos sus seguros.  Perdón por el juego de palabras, me apetecía escribirlo, aunque no estaba muy seguro (¡uy!, otra vez)  de que les gustara.

Para concluir, permítanme un último experimento. Busque con la mirada a alguien por el que sientan cariño, un hijo, un padre, un perro, un amigo, da igual. Mírenlo y piensen por un momento: ¿Quién me asegura a mí que mañana volveré a verlo? ¿No le dan ganas de correr hacia él y abrazarlo, vivir el momento intensamente? 

Si es así, enhorabuena. Ya ha comenzado a entender, seguro. 


viernes, 4 de abril de 2014

De mala calidad







Estoy hasta el gorro de que los “dueños” de la sociedad me jodan los artículos. 

Ayer mismo estaba preparando un fantasioso relato en el que un politiquillo soltaba espuma por la boca contra aquellos que osaban enfrentarse a los respetables miembros del orden público cuando, en una de esas circunstancias que la vida te lanza para carcajearse de ti, el hombrecillo se ve envuelto en una disparatada escena que termina con él agrediendo a la policía. 

Sí, muy divertido…hasta que llegó Esperanza Aguirre con su conocida altivez y acabó transformando mi ingeniosa fantasía en un relato que roza el neorrealismo italiano.


¡Ya está bien hombre! Puedo entender que alguna vez la realidad acabe superando a la ficción, pero esto se ha convertido en un clarísimo ataque contra los constructores de historias no vividas. Es una ofensa hacia los creadores, hacia los artistas, un innegable intento de acabar con la creatividad de aquellos que buscan el consuelo de pensar que lo que está ocurriendo es malo pero que podría ser peor.



Ya me dirán ustedes cómo voy  a ponerme a construir personajes esperpénticos en situaciones irracionales dentro de un mundo imaginario, cuando la realidad se empeña una y otra vez en parir Aguirres, Rajois, Roccos, Borbones, Bárcenas, tertulianos varios o alcaldesas de chichinabo. Así es imposible utilizar la comedia para denunciar nada.



Los cronistas de épocas pasadas los tuvieron mucho más fácil. Para ellos era más sencillo exagerar un episodio concreto o un personaje cualquiera y llevarlo al absurdo con dos brochazos.  Hitler o Stalin, por poner dos ejemplos, eran unos malos como Dios manda. Auténticos profesionales en el dudoso arte de joder al personal. Pero esta generación nuestra… ¡es imposible!. 

Son tan ridículos y estúpidos (y estas características los convierten en altamente peligrosos) que uno acaba hasta cogiéndoles cierto cariño.  No es la primera vez que oigo a alguien diciendo que, a pesar de saber que Esperanza Aguirre práctica políticas que directamente les perjudica, no pueden evitar que les caiga bien. ¡¡Pa Cagarse!!



Un estudio que leí hace un tiempo decía que el 98% de los niños tenían capacidades para convertirse en genios. Manda cojones que en España hayamos reunido al 2% restante para colocarlos en los puestos claves de nuestra sociedad.  Y si esto ocurre es porque de ese 98%, como mínimo el 80% no han utilizado sus recursos para convertirse en genios, de hecho se han quedado lejos, muy, muy lejos. Y han preferido pasar sus días amasando mocos y acudiendo cada cuatro años a las urnas para votar cosas, literalmente, increíbles.


Ya es hora de que alguien lo diga. Esta democracia es una mierda. El voto de Eduardo Inda no puede valer lo mismo que el de Chema Herzog, concejal de Errentería. Los dos son de derechas, pero uno de ellos utiliza sus neuronas y su corazón para vivir y convivir, mientras que el otro suficiente tiene con sobrevivir y no olvidarse de respirar. Creo que no es necesario aclarar a quien me refiero en cada una de las definiciones.


Y si encontramos coincidencia en la afirmación anterior sobre la Democracia tenemos dos opciones para cambiarla. Una, mediante un complejísimo sistema que evalúe justamente cuanto vale el voto de cada cual (y a ver quién es el guapo que decide eso), o Dos, hacemos mutar a los actores del sistema. Es decir, NOS reinventamos.


Una cosa hay que tener bien clara. El fango en el que nos movemos no ha caído del cielo. Basta de victimismos. Los españoles no han tenido la mala suerte de tener una clase dirigente paupérrima, no, la han creado, mejor dicho, la hemos creado. La basura que nos dirige es el resultado de todas nuestras basuras, de nuestros miedos, de nuestra inacción, de nuestras envidias, de nuestra falta de respeto (sobre todo a nosotros mismos), de nuestra holgazanería, de nuestra falta de escrúpulos… de nuestra falta de humanidad, en definitiva.


No suena bien, pero quizás es cierto: “Cada país tiene el gobierno que se merece”. Y esto es lo que en este momento nos merecemos. A mí no me gusta y quiero cambiarlo. Y ojalá muchos de ustedes compartan están opinión y comiencen, si no lo han hecho ya, a ponerse en marcha. Háganlo por ustedes, por sus hijos, por sus nietos y por aquellos contadores de historias fantasiosas que cada vez tienen menos material para trabajar.


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