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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Sangre en Tordesillas





En “Umberto D.”, uno de los espléndidos films de Vittorio De Sica, un jubilado sobrevive en la Italia de postguerra con una pensión irrisoria y con la única compañía fiel de su perro Flike. Cansado de luchar contra todo, a punto de ser desahuciado de la habitación de una pensión en la que ha vivido durante  años, sin recursos para comer y con todos sus conocidos dándole la espalda, Don Umberto decide poner fin a su existencia.

Pero se encuentra con un inconveniente:  ¿Quién se hará cargo de Flike?

Paradójicamente, ésta traba es la que puede salvarle la vida.

La historia de Umberto me conmueve profundamente, pero he de confesar que es la presencia de Flike en la trama la que me parte el alma. Solo un genio puede conseguir lo que logra el cineasta Italiano en esta película: que la carga del mensaje de humanidad del film descanse sobre el “personaje” del perro.

Entiendo que aquellos que no han tenido la fortuna de convivir y amar a un animal, humanos aparte, no puedan llegar a entender el grado de comunicación que se establece entre dueño y mascota. Y menos aún, el convencimiento que se adquiere con el tiempo de lo equivocados que estamos, como especie, de nuestra superioridad sobre el resto de habitantes de este planeta.

Lo que jamás llegaré a comprender y mucho menos justificar, es el maltrato animal que algunos seres, encarnados en cuerpos humanos, muy poco evolucionados y faltos de corazón, ejercen bajo el amparo de tradiciones esperpénticas que forman parte de culturas que, como todas, tienen sus luces y sus sombras.

Especialmente dañinas y crueles son aquellas que someten al animal a un sinfín de castigos físicos con el único objetivo de divertirse a costa del sufrimiento ajeno. Y en eso tenemos en nuestro querido país una víctima predilecta, el toro.

De todas las atrocidades que se cometen en España contra este animal, desde las corridas al, desgraciadamente, tradicional Toro de la Vega, es posiblemente este último, resquicio del salvajismo patrio, el que se lleve la palma en cuanto a máximo exponente de la irracionalidad y bajeza humana.

No es admisible que en el siglo XXI, en el que hemos alcanzado un desarrollo técnico y científico lo suficientemente amplio como para empezar a dejar de recurrir al animal como herramienta de trabajo, que algunos traten de llevar el sentido de la existencia de otros seres a propósitos de diversión humana, sobre todo cuando esta diversión tiene como consecuencia o incluso está basada, en el sufrimiento del animal.

Muchos olvidan que la “superioridad” intelectual del humano sobre otros seres conlleva también una responsabilidad creciente a medida que evolucionamos como especie.

No se trata de caminar de puntillas mirando fijamente el suelo para no pisar jamás una hormiga, figura ésta que bien valdría para ilustrar y ridiculizar la imagen que los participantes de este tipo de fiestas tienen de los que defendemos los derechos de los animales, sino de aplicar una norma lógica y sencilla: “intenta hacer el menor daño posible”

Si matas un animal, por lo menos ten la decencia de comértelo. Dale un sentido a su muerte ya que no has sido capaz de respetar su vida.

No voy a entrar a debatir sobre el grado de sufrimiento que se infringe al animal en este tipo de eventos a los que me estoy refiriendo. Me niego a tratar de medir si es mucho o poco lo que padece un morlaco que se tambalea con los ojos perdidos, la boca ensangrentada  y el lomo hecho trizas a base de lanzadas. No necesito medir nada, lo estoy viendo, y sé que en esa imagen como mínimo sufren dos, él y yo.

No suelo hacerlo, pero en esto no voy a ser respetuoso con la opinión ajena. No es que quiera erigirme en abogado de los desamparados por una cuestión de “buenismo”,  la razón es mucho más simple y mundana: cuando se le infringe castigo al animal yo sufro, y no estoy dispuesto a dejar que otros me hagan sufrir. Como ven, es un asunto de egoísmo, puro y duro.

Reconozco que hay temas que consiguen sacar toda mi negatividad, de hecho me acabo de percatar de que he comenzado varios párrafos de este texto con la palabra “No”, pero tendrán ustedes que disculparme. Hay temas que me desquician, y saber que esta brutalidad está declarada Fiesta de interés turístico me pone de los nervios.

Si todo vale para atraer turismo (por cierto, vaya tipo de turismo el que acude para ver esto) propongo que se implante desde ya la caza del Ministro o el lanzamiento de Banquero. Verán ustedes que exitazo. Eso sí, después nos volvemos a las cavernas, de las que algunos no debieron salir tan pronto.

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