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jueves, 6 de febrero de 2014

El secreto de la felicidad






La madre Teresa de Calcuta dijo: “Si en esta vida te ha tocado pelar patatas, procura pelarlas con todo el primor del mundo”. La primera vez que leí esta declaración, hace ya algún tiempo,  pensé: “será hija de la gran puta la monja esta, o sea que si toca ser pobre te jodes y encima sonríes”. 

Esta respuesta de mi pensamiento surgió víctima de una conciencia social, a la que no he renunciado, que con el tiempo he ido “domesticando” para tratar de ampliar mi ángulo de visión.  En ese momento, cualquier palabra o frase que no alentara a la lucha de clases era considerada como mi enemigo en el afán de combatir la desigualdad y la injusticia.

La intención era buena, pero una importante ceguera me impedía entender el verdadero sentido de la frase. En realidad la Madre Teresa no estaba intentando convencer a los pobres para que estos aceptaran su papel y se conformaran con lo que les había tocado. Sus palabras no eran un regalo envenenado, al contrario, estaba indicando el camino de la felicidad.



Voy a contarles un cuento, pero antes he de cumplir con la justicia de reconocer que la “culpa” de mi afición a tirar de historias y metáforas para contar algo que no sé expresar de otra forma más diestra la tiene, en parte importante,  un conocido terapeuta argentino de nombre Jorge. Sí, me declaro Bucaydista. 

Al grano, ahí va el cuento, contado, como no puede ser de otra forma, a mi manera:
En el principio de los tiempos los Dioses se reunieron para crear al hombre. Una vez acordada la forma y características de este nuevo ser, todo estaba preparado para ponerlo en marcha. Bueno, todo menos un pequeño detalle. El ambicioso proyecto marcaba un punto de inflexión en sus creaciones al haber incluido en el humano un hecho diferencial importante: la conciencia. 

Uno de los Dioses, más precavido y sabio que los demás (pues sí, en los Dioses de mi historia hay niveles, además el cuento ahora es mío y lo narro como quiero), hizo constar al resto un matiz que habían pasado por alto y que podía destrozar su gran obra. Y es que al dotar de tanto poder a un ser tan inmaduro, podrían acabar avocando a éste hacia su propia destrucción.  Por ello, otro de los Dioses propuso una idea que fue inmediatamente aceptada por los demás. Ocultarían el secreto de la vida, y por ende de su propia felicidad, en algún lugar donde sólo pudiera  encontrarlo aquel cuyo nivel de conciencia fuese el suficiente.

El problema ahora era ¿Dónde?  “En la cumbre de la más alta de las montañas”, propuso un Dios. “O en la parte más profunda del más profundo de los océanos”, dijo otro. Pero un avance tecnológico que permitiera al hombre llegar hasta allí no supondría un alto grado de conciencia. Tras mucho debatir, el más sabio de todos ellos volvió a tomar la palabra. “Solo hay un territorio donde un ser no preparado nunca se atreverá a buscar” Expuso el lugar y todos aplaudieron su idea.

Por ello decidieron esconder la llave de todas la verdades en el único lugar donde siempre estaría a salvo, en el corazón de cada ser humano.

Y como epílogo a este cuento podemos añadir un dato más. El camino para llegar a la llave es en realidad tan sencillo que nos va a costar un huevo llegar hasta él (en este caso el artículo final  está tildado intencionadamente).


Al igual que los Dioses del cuento, grandes genios y sabios de la historia de la humanidad han escondido claves y secretos importantes sobre la vida allá donde es más difícil descubrirlos, o sea, delante de nuestros ojos.  Porque no hay camino más difícil de atravesar que el más simple de los caminos.


Hay una frase que resume muy bien lo que trato de explicar en este escrito. Dice: “El hombre no tiene miedo de sufrir, lo que tiene miedo es a ser feliz”. En pocas palabras explica una gran verdad cargada de un saber mayúsculo. Yo, para intentar explicar eso mismo tengo que rellenar dos folios, y ni aún así consigo definir la idea de una forma tan certera. Por eso quien la pronunció es Sabio y yo no.

Como muchos de ustedes,  yo también soy un buscador. Afino cada día mi linterna para tratar de hallar ese camino que me lleve a la felicidad. Pero mientras tanto, voy a preparar unas patatas para el almuerzo, y me voy a tomar mi tiempo para pelarlas de la forma más primorosa que pueda.


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