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viernes, 14 de marzo de 2014

¡Que viene el Coco!





Por petición popular (en realidad me lo ha pedido una sola persona, pero me consta que entre los suyos es muy popular) hoy vamos a disertar sobre el gen que comparten el hombre del saco, el coco, o el sacamantecas. Y no, no me estoy refiriendo a Ángela Merkel… aunque ahora que lo pienso, quizás sí me acabaré refiriendo a ella de alguna manera.





Todos los que hemos mamado una educación basada en la tradición judeocatólica de que el hombre en esencia es malo, aprendimos, erróneamente, que es mejor amenazar al prójimo con el castigo desde bien pequeñito para tratar de controlar los horrores que, repito, según nuestra cultura, danzan de forma masiva en nuestro interior.



Así, y aprovechando una inmaculada imaginación, que pronto comenzaría a deteriorarse (aunque algunos a esto lo llamaban madurar) nos convencían de la existencia de seres cuyo nivel de maldad superaba con creces nuestra capacidad de creación mental. De esta forma se instalaba en la parte más oscura de nuestras blancas cabecitas la creencia de que aquel que no obedece a la autoridad, en este caso la autoridad más importante eran nuestros papis, obtendría en justa réplica un castigo merecido.   





¿Qué castigo?  Ahí radicaba el éxito del mensaje, pues si bien estos personajes eran dibujados con siniestro trazo, sus acciones no eran específicamente definidas. Vale que el hombre del saco se dedicaba a raptar niños pero… ¿para qué?, ¿se los comía? , ¿les pegaba?, ¿los forzaba a trabajar en condiciones lamentables por un salario paupérrimo? (lástima, esta última versión acabó por hacerse real) … no, esto no era necesariamente relatado, unos contaban una cosa, otros otra distintas y otros dejaban la puerta abierta a la imaginación infantil, que es mucha y poderosa. 

La versión daba igual, el verdadero drama para el niño consistía en la dramática separación de sus padres. Es decir, se le atacaba al talón de Aquiles, al amor. Lo que por cierto, paradójicamente, desmonta la bárbara teoría de que el hombre es en esencia maldad.





Por fortuna, y a pesar de temblarnos las canillas por el peso de semejante enseñanza, conseguimos crecer, y entonces……. No aprendimos. 



El mecanismo de control que, con toda su buena intención, eso no lo pongo en duda, utilizaron nuestros padres para tratar de protegernos (curiosamente querían salvaguardarnos del mismo horror, mamado también por ellos, que ahora nos inculcaban. Cosas de la ignorancia) ese mismo mecanismo, como decía, es el que utilizan los poderes económicos para controlarnos y salvaguardar su privilegiada posición.





La mezcla de terror y desinformación a la que nos someten a diario los medios de “información”, es la pieza clave para mantener la opaca venda que impide el levantamiento, a ser posible pacífico, de la masa sometida contra la clase dominante.




Por ejemplo, sería inútil que el actual presidente del gobierno tratara de convencernos de que es necesario eliminar gran parte del estado del bienestar porque este impide que aquellos que ganan un buen dinero con sus negocios puedan ganar más, y ya de paso, esto haga que la clase media baja y baja aumente. O sea, más corderitos a su servicio. 


Sin embargo, si centramos el mensaje en falsedades y futuribles a conveniencia, como que las pensiones acabarán por ser impagables, el sistema sanitario es insostenible o que lo único que funciona bien es lo privado porque lo público está plagado de corrupción… ¡Eureka!, aquellos que de entrada le hubiesen dedicado una pedorreta al señor presidente,  ahora comienzan a sentir ese tembleque de canillas que tan marcado quedó en su infancia.







Pero podemos ir más allá. El miedo es un elemento tan poderoso que es capaz de cruzar el terreno de la paradoja para imponer su intención. Me explico, es injustificable una guerra. No se haga líos, olvide todo lo que le han contado y, sólo por esta vez, le pido que confíe un poquito en mí. Créame, NINGUNA guerra es aceptable, NIN GU NA. Pues bien, una lluvia de imágenes y desinformaciones adecuadas acabará por hacerle creer que en un país determinado existe un señor muy, muy malo que se come a los niños y que tiene la intención de comerle a usted, o lo que es peor, a sus hijos.  Y usted acabará por apoyar (o mirar para otro lado, que, no se olvide, es una manera indirecta de apoyar) la intervención militar (qué bonitas palabras, ¿verdad?) que evite el horror. Pero, ¿cómo se puede evitar el horror a base de toneladas de horror?... ¿ve?, el miedo acaba de atravesar lo paradójico.





En el plano socioeconómico también se utiliza el mismo mecanismo. Unos señores abusan del sistema. Bancos, inversores, empresarios, políticos… revientan el invento y llega la crisis. La reacción lógica sería rectificar el sistema para evitar abusos, pero claro, algunos no quieren que esto ocurra. Entonces comienzan a salir otros a las calles pidiendo cambios. 

Información que llega a nosotros: contenedores ardiendo, violencia policial, gritos, gente corriendo, escaparates reventados, caras enfurecidas… 
Traducción: miedo. 
Respuesta: no te muevas o será peor el remedio que la enfermedad. 


Y funciona, vaya que si funciona… por el momento.



Y es que para cambiar las cosas, en realidad para cambiar cualquier cosa de nuestras vidas, es necesario una buena dosis de valentía, y para ello nos veremos obligados a enfrentarnos con todos esos seres malvados que acamparon en nuestro imaginario y que no están dispuestos a marcharse por voluntad propia.



No es fácil, pero se la tiene que jugar. Lo que ocurra después dependerá de muchos factores, hay múltiples posibilidades y no tienen por qué  imponerse las peores. 


Ánimo, échele valor y envíele una orden de desahucio al hombre del saco. Si lo hace quizás se sorprenda y descubra que en realidad el coco nunca estuvo ahí. El cerebro es  como un cuchillo muy afilado, si lo coge por el lugar equivocado se hará daño. Pero si aprende a utilizarlo… ¡madre mía!, ¡qué maravilla de herramienta!

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